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lunes, 29 de julio de 2013

Necesidades básicas humanas


Por Arline Westmeier de su libro "Sanidad del alma herida"
Hay necesidades básicas en cada ser humano, que tienen que ser satisfechas durante la niñez. Si eso no sucede, vamos a tener muchas dificultades cuando seamos adultos. ¿Cuáles son esas necesidades que al ser satisfechas hacen que los niños se desarrollen normalmente sin heridas?
Tenemos necesidades básicas primarias, tales como: la comida, el aire, el agua, el abrigo, etcétera. Sin estas cosas no subsistiríamos. Hay otras necesidades que llamamos secundarias. Cuatro de ellas son las siguientes:
EL AMOR
Los niños pueden morir por falta de amor. El niño al nacer es como un "vaso vacío"; no puede dar amor. Los padres -en primer lugar la madre y luego el padre- tienen que llenar de amor este vaso. El amor tiene que ser expresado de una manera que el niño pueda sentirlo. Tenemos que "echarle" más y más amor, hasta que el vaso se llene y empiece a rebosar. Entonces, el niño podrá empezar a dar amor.
Si este "vaso vacío" nunca se llena, el niño nunca podrá dar amor. Más aun, "su vaso" llegará a ser un vaso sin fondo, en el cual se podrá "echar" amor sin medida y nunca se llenará. El niño nunca se sentirá amado. Más tarde puede casarse y su cónyuge podrá amarlo muchísimo, sin embargo, no se sentirá amado, y tampoco podrá dar amor. ¿Cómo es posible que un niño tan pequeño pueda saber si es amado o no? El aún no entiende si le decimos: "Yo te amo".
Unos sicólogos estudiaban el comportamiento de nuevas madres recluidas en una cárcel. Ellos querían saber si podían predecir cuáles madres iban a quedarse con sus hijos y cuáles iban a darlos en adopción. Las madres todavía no sabían si iban a quedarse con sus bebés o no. Pronto los sicólogos supieron cómo iban a decidirse ellas. ¿Cómo lo supieron?
Las madres que al final se quedaban con sus niños, al recibirlos en sus brazos, tocaban la cabecita del bebé con la yema de los dedos y luego con toda la mano; lo desenvolvían y le contaban los deditos de las manos; le miraban los brazos, el abdomen, las piernas y le contaban los deditos de los pies. Luego lo envolvían otra vez con cuidado y lo alimentaban. Las madres que dieron el bebé en adopción, lo recibían en los brazos y de una vez lo alimentaban.
Si los sicólogos pudieron notar una diferencia tan grande en el comportamiento de las madres y predecir cuáles iban a quedarse con sus hijos, cuánto más puede el bebé sentir si su madre de veras lo quiere. Cuántas madres cuidan a sus hijos con disgusto. Después el niño, ya adulto, muy dentro de sí se siente rechazado.
CRISTIAN
En nuestra familia tuvimos una experiencia muy triste de un niño que no se sentía amado. Un familiar nuestro no vivía una vida cristiana. Al quedar su novia embarazada, se casaron rápidamente para que nadie se enterara de la situación. Ya casados, se dieron cuenta de que no se conocían suficientemente.
Después que nació Cristian, se cansaron de quedarse en casa y le dejaban en su cuna mientras el uno salía para la discoteca y el otro para el café. Casi tres años más tarde, vino el divorcio y a Cristian lo dejaron con la tía abuela, quien lo amaba y lo cuidaba bien. Sin embargo, ella tenía casi setenta años, y no tuvo la fuerza para cuidarlo más que un año.
Luego un tío de Cristian se casó y le ofreció su hogar. Cristian comprendió que ya no podía quedarse con tía abuela, y le pidió: "Tía, ¿no puedo quedarme contigo? Tu no me vas a mandar lejos, ¿verdad?" Efectivamente, llegó el día que la tía abuela no pudo quedarse más con él y Cristian tuvo que ir a vivir con el tío recién casado.
El tío y su esposa amaban a Cristian y le aseguraron que esa sería su familia, él sería su hijo para siempre y ellos serían sus padres. Le dijeron que su mamá le amaba, pero más bien como una tía. Al fin, Cristian aceptó a su nueva familia y a los dos hermanos y hermana que nacieron.
Un día, su madre vino a llevarlo de vacaciones con ella, y le afirmó: "Yo soy tu mamá. Es tu tía quien te ama como tía y yo te am~ ?e veras como mamá". Sin embargo, al fin del mes, ella dejó nuevamente a Cristian con sus tíos.
El pobre Cristian, ya estaba completamente confundido. Si la mamá lo amaba como mamá y la tía como tía, ¿por qué la mamá lo dejó con la tía, quien le dijo que ella lo amaba como mamá y la mamá lo amaba como tía? En fin, lo único que Cristian podía hacer era sentarse en la cama ~ escuchar un disco que la mamá le había regalado. Ya no Jugaba y no podía ir al jardín infantil.
Al fin, los tíos le llevaron a un sicólogo, y tuvo que ir a un kindergarten para niños con problemas. Tenía los hombros encogidos y estaba muy flaco; parecía un hombre viejo; sufría de asma. Los tíos le dieron todo el amor posible, pero Cristian no podía sentirse amado. El sicólogo les dijo que eso no había empezado con el divorcio sino en sus primeros días de infancia, cuando lo dejaban solo en la cuna por largas horas.
Entonces, la madre decidió llevarse a Cristian para cuidarlo ella misma. Lo cuidó bien, lo llevó a un sicólogo y le puso en un colegio especial. Sin embargo, cuando llegó el tiempo de ir de vacaciones, ella no quiso llevar a Cristian, sino se fue sola con su amante y dejó a Cristian con su padre y la madrastra.
El asma de Cristian había empeorado a través de los años. La madre había decidido que al volver de vacaciones lo enviaría por quince días a una isla donde trataban a los niños con asma. Para ello, él tendría que viajar solo en tren. Pero Cristian le tenía pavor a dormir en cualquier cama distinta a la suya y por lo tanto, temía este viaje.
Poco antes de regresar la madre de sus vacaciones, Cristian se agravó y lo llevaron al hospital. Ella regresó un miércoles y lo sacó del hospital para enviarlo a la isla el viernes siguiente. Cuando llegó a la casa, le dio otro ataque de asma. Rápidamente lo llevó de nuevo al hospital, pero al llegar estaba muerto. Cristian fue enterrado el día que cumplía diez años.
Pregunté a un siquiatra si era posible que la causa de su muerte hubiera sido la falta de sentirse amado; él aprobó. Eso fue seguramente lo que causó su muerte. A pesar de que Cristian recibió tanto amor después, el "vaso" ya tenía el fondo roto y no podía sentir el amor.
Ese es un ejemplo dramático, pero ¡cuántos de nosotros andamos en esta tierra con nuestros "vasos" rotos! No podemos sentir amor porque no lo recibimos en la niñez.
Cuando nosotros vivíamos en Montería, un día llevé la ropa a la lavandería; cuando fui a recogerla, toqué a la puerta, pero nadie atendió a mi llamado. Desde el exterior pude escuchar el llanto de un niño que por su manera de llorar parecía tener uno o dos años. Yo necesitaba el traje de mi esposo y pensé que al estar el niño llorando así, alguien vendría a atenderle. Esperé por veinte minutos y durante todo ese tiempo el niño no cesó de llorar y gritar con terror. No sé si los de su familia estaban borrachos y no pudieron oír, o si de veras salieron y dejaron a ese niño solo.
¡Cuántos niños se encuentran en la misma situación! Lloran y lloran, y no son atendidos o si los atienden, lo hacen de mala gana. Una amiga mía que estaba en el hospital para tener su quinto hijo, se hallaba en el mismo cuarto con otra madre cuyo esposo no creía en la planificación familiar, y aquel era su decimotercer hijo. Al llegarle una hijita, la recibió en sus brazos con tristeza y llanto. Aunque esa madre lo intentara, por sus muchos quehaceres no le sería posible dar a su hija el amor que necesitaba.
En otros casos puede suceder que la madre muera y la madrastra no ame al niño como debiera; tal vez al niño hayan tenido que llevarlo al hospital y lo separaron de sus padres; quizá por los muchos problemas en la familia, no le prestaron la atención necesaria y en alguna forma le falta amor; puede ser que la madre misma no haya recibido suficiente amor cuando era pequeña y no sepa dar amor de una manera que el niño pueda sentirlo; o puede ser que el padre sea un borracho y cuando viene a la casa le infunde tanto temor a la mamá que ella no puede desenvolverse; cualquiera de estos casos deja el "vaso" del niño o la niña "sin fondo". Tal vez tú naciste durante un tiempo de violencia o de guerra, cuando hubo tanto temor que no quedó tiempo para darte amor yeso ha hecho que tu "vaso" se quede "sin fondo".
EL PERDON

Otra necesidad de cada niño es recibir perdón. Los padres tienen que perdonar muchas veces al niño. Si él no recibe suficiente perdón por sus errores hasta llenar su vaso y hacerlo rebozar, cuando llegue a ser un adulto no existirá perdón en él para poder perdonar a otros. Nadie puede perdonar más de lo que ha sido perdonado.
El perdón es algo muy sutil. Decimos: "Perdono pero no olvido". ¡Eso no es perdón! Perdón es quedar con la persona como si el asunto no hubiera ocurrido.
Dijimos a nuestros hijos que les amaríamos por siempre, sin Importar lo .que ellos hicieran. Aunque algún día hicieran algo tan terrible que tuvieran que ir a la cárcel aún les amaríamos y les perdonaríamos. Estaríamos muy tristes, oraríamos y ayunaríamos hasta que se arrepintieran, pero jamás dejaríamos de amarles, tampoco dejaríamos de perdonarles. Veamos esto con un ejemplo:
Habíamos enseñado a nuestros hijos que no debían brincar encima de las camas para no dañar los colchones pero un día al acostarles, encontré el colchón de David casi hecho pedazos. El algodón del colchón estaba amontonado por partes y en otras partes no había nada, en realidad había quedado inservible.
"David -le llamé-, ¿estuviste brincando encima de tu cama?"
"No no, mamá -dijo él-, yo no estaba brincando encima de mi cama".
"No, mamá -agregó Ruthie-, él realmente no estaba brincando encima de la cama, sino que se metió debajo del colchón para 'jugar a la carpa'''.
"Pero, niños, miren lo que hicieron. Destruyeron el colchón ya no sirve para nada. ¿Cómo se les ocurrió hacer algo así? No tenemos dinero para comprar otro" les aleccioné mientras trataba de acomodar el algodón. No pudiendo arreglar bien el daño, tuve que acostar a David en el colchón "medio arreglado".
"Mamá -dijo David-, lo siento mucho, perdóname".
Entonces, tragándome las palabras le contesté: "Está bien, David, yo te perdono".
Pero la siguiente noche, al ver el colchón que no había logrado arreglar bien, nuevamente les aleccioné:
"David, ¿cómo se te ocurrió dañar el colchón así? No podemos comprarte otro”.
"Mamá -lloró David-, nunca volveré a hacerlo, por favor perdóname".
"Está bien, David, te perdono" -le dije otra vez.
Sin embargo, la próxima noche al ver el colchón le dije: "Ay, David, mira este colchón, es terrible".
"Mamá -dijo David llorando-, ¿no podre nunca ser perdonado?"
Eso me hizo reflexionar. ¿Qué estaba enseñando a mi hijo? Le había dicho que jamás dejaría de perdonarle, hiciera lo que hiciera, pero ahora le estaba demostrando que dañar el colchón no estaba incluido. ¿Qué clase de perdón era ese? Así no era como Dios me había perdonado a mí.
Tomé a David en mis brazos y le pedí perdón por no haberle perdonado verdaderamente. Luego invertí el colchón de tal manera que yo no tenía que ver la parte dañada cada noche.
En ese caso yo no estaba llenando el "vaso" de David con perdón, más bien, estaba diciéndole que hay ciertas cosas que son tan terribles que no pueden ser perdonadas.
Como cristianos sabemos que tenemos que perdonar a otros. La pobre persona trata de "amasar" sus sentimientos hasta que alcanza a sentir algo parecido al perdón. Entonces dice que perdona a la persona que le hizo daño, y reprime todo el dolor que siente en cuanto al asunto.
El hecho es que nosotros no podemos perdonar más de lo que hemos sido perdonados. Muchos de nosotros hemos sido tan heridos que jamás podemos perdonar a la persona que nos hizo daño. Sin embargo, sabiendo que como creyentes "tenemos que" perdonar, tratamos y tratamos de "amasar" sentimientos de perdón y nos sentimos culpables por no alcanzar a formar esos buenos sentimientos. En verdad, vivimos en "bancarrota" en cuanto a sentimientos de perdón, no los tenemos y no podemos crearlos.
MERCEDES
Mercedes creció en una familia muy desorganizada, el padre era jugador, perdió mucho dinero en el juego. Mercedes siguió su ejemplo y cuando tenía cinco años perdió, jugando, los cinco pesos que la madre le había dado para hacer un mandado.
Cuando su padre se dio cuenta de lo que ella había hecho, le amarró las manos, la colgó de una viga y la castigó con correa hasta que se cansó. Luego la mamá siguió con el castigo hasta cansarse. Cuando la niña se desmayó, le metieron en una alberca con agua fría para revivida y seguir pegándole. Por una semana la recluyeron en una alcoba, sin ropa, para mostrarle qué mala era.
La vida de la niña fue de mal en peor. A los siete años fue violada por su hermano; luego tuvo tres hijos de un tío y más tarde otros dos de padres diferentes, todos ellos productos de violaciones. Además, los deseos de jugar por dinero le siguieron siempre.
Un día oyó hablar del evangelio y se entregó a Cristo pero no tenía paz. Después de orar por toda su vida anterior y entregar todo el dolor a Cristo, alcanzó a perdonar a los que les habían hecho daño. Sin embargo, tenía mucha dificultad en perdonar a los que con ella trabajaban Y siempre quería llamarles fuertemente la atenci6n sobre cualquier falla.
Ella me dijo: "Siempre pienso que si a mí me colgaron por cinco pesos, por qué no puedo yo llamarles la atención por lo que ellos hacen".
Tuvimos un tiempo de oraci6n especial en cuanto a ese castigo cruel que el padre le había dado. Yo le insistí que dijera en voz alta exactamente lo que ella sentía por lo que su padre le había hecho.
"Él es injusto. No era justo lo que él hacía" -al fin dijo ella.
Le contesté: "Di a la memoria de tu papá: 'Papá, tú eres injusto"'.
Mercedes no dijo nada por un tiempo. Al fin dijo pensativa: "No, no es verdad que mi papá sea injusto".
"Pero entonces, ¿qué es él?" -le pregunté.
"Él es... Él es... pues, ¡él es un demonio"! -al fin grito. "¡Él es un demonio!"
"Dile, pues, 'Papá, tú eres un demonio'. ¡Jamás podré perdonar lo que tú me has hecho!"
Mercedes estallo en lágrimas. "Sí, es verdad. Jamás te podré perdonar, Papá. ¡Tú eres un demonio!"
Le puse la mano sobre el hombro para consolarla, "Dile a Cristo: 'Cristo, yo odio a mi papá. Quisiera que muriera. ¡No quiero verlo más!'"
"Sí, Cristo, esa es la verdad. ¡Lo odio! ¡Lo odio! Quiero que muera. No quiero verlo nunca más".
"Dile a Cristo: 'Cristo, yo no puedo aguantar más este odio. Me está acabando. Ya mismo, Cristo, yo tomo el odio, la injusticia, el rebajamiento que yo siento y lo echo todo sobre ti. Cárgalo por mí, yo no soy capaz'".
Mercedes, que seguía la oración con todo su ser, luego oro: "Cristo, yo no puedo perdonar a mi papá, pero ahora que he echado todo sobre ti, te pido que pongas nuevo "fondo" en mi "vaso" y lo llenes con tu perdón hasta rebosar':
"Papá, aunque yo no puedo perdonar lo que tú me has hecho, yo acepto el perdón de Cristo y tomo de este perdón con que Él está llenando mi "vaso" y lo entrego a ti. Papá, con el perdón de Cristo, yo te perdono todo lo que tú me has hecho. Perdóname a mí también cuando no me comporté bien".
De la misma manera Mercedes también perdono a su madre. Solamente así pudo ser liberada del deseo de vengarse en otros por su pasado. El dolor era tan grande, que Jamás podía producir sentimientos de perdón.
Tal vez alguien a ti te haya hecho un daño tan grande que no puedes perdonarlo.
LA PROTECCION
La tercera necesidad de cada niño es la de protección. Cada niño tiene que sentirse seguro y necesita tener a sus padres como un muro entre él y el mundo.
Muchas veces el niño, no solo siente esa falta de protección, sino que los mismos padres inspiran temor a sus hijos con exclamaciones como: ¡Cuidado, la policía! ¡El coco te va a coger! ¡Si no te comportas bien el coco viene esta noche y te va a llevar! Ellos mismos infunden temor en su niño.
HANS
Jamás voy a olvidar a Hans, quien estaba preparándose para ser pastor. Vino a hablar conmigo porque era una persona muy dura con toda la gente. Aunque no lo quería, así era.
Hans nació en Noruega en el tiempo de la segunda guerra mundial. Aunque él no estuvo directamente en la guerra, eso, lo afectaba; ya que su padre era un político. El padre habla sido una persona muy perseguida, porque trabajaba en contra de los nazis. Él tuvo que huir por mucho tiempo y no se sabía si estaba vivo o muerto.
Un día, la mamá invito a los hijos a hacer un paseo en el campo. Salieron de la casa, pero de repente, Hans se encontr6 en un avión solo con sus tres hermanas. No sabían a donde iban. La madre no los acompaño y él lloraba y lloraba. Sus tres hermanas estaban medio locas de temor, así que él se sobrepuso para tratar de cuidar de ellas.
Al aterrizar en Suiza, unas personas desconocidas los internaron en un colegio. Allí tuvieron que aprender otro idioma. Después de un año, sus padres vinieron por ellos y los llevaron a vivir a España. Allí tuvieron que ir al colegio y aprender otro idioma.
En España pasaron un tiempo, hasta que el padre tuvo que salir otra vez. La madre y los niños tuvieron que regresar a su país por Alemania en tren. Por la ventana del tren, vieron muertos por doquier, las casas en llamas y la gente que huía, llenos de pánico; ellos no sabían si podrían llegar a su destino. Al llegar a su país, otra vez tuvieron que huir a España. Cuando la guerra terminó, el padre regresó a España.
Un día el padre dijo a Hans: "Vamos a los Estados Unidos. Tienes que usar tu propio nombre; no eres Hans, ese fue el nombre que te pusimos para esconderte. En realidad eres Felipe".
Al llegar a los Estados Unidos, Felipe se encontró en un colegio diferente y con un idioma distinto. Todo esto fue endureciendo a Felipe. El trató de hacerse norteamericano, pero a la vez falló en todos sus estudios. En todo le iba mal, aunque era un niño muy inteligente. Tal vez las cosas le impactaron aún más, debido a la agudeza de su inteligencia. Al fin, le pusieron en un colegio especial donde empezó a recuperarse. Luego pudo entrar a una universidad especial para su capacidad mental, pero no pudo actuar competentemente y tuvo que retirarse porque falló.
Todo siguió muy mal, hasta que un día se entregó al Señor Jesucristo. Cristo le perdonó todo lo pasado y empezó una vida nueva. Ahora estaba preparándose para el ministerio. Sin embargo, era demasiado duro con la gente. Todo tenía que marchar a la perfección, o los regañaba. Él no sabía por qué era así.
Al venir para consejería y contarme su historia, le dije que él tenía que volver a sentir ese dolor. Por unas semanas no fue capaz, hasta que un día le pedimos a Dios que El mismo abriera la puerta del pasado, allá donde todo había sido reprimido.
Felipe volvió a la siguiente semana con una sonrisa en su rostro. Me contó que él estaba orando, cuando con sus ojos espirituales vio como Cristo le daba unas llaves.  Felipe dijo: "Vi algo así como un calabozo con una puerta pesada. Abrí con una llave esta puerta y adentro vi un niño que lloraba. Sentí que era yo quien estaba allí y hablé con aquel niño pequeño en mi idioma natal, diciéndole: 'Cristo ha arreglado todos tus problemas. Ya puedes salir'. Entonces, el niño salió.
"Al lado había otra puerta gruesa. Fui hasta ella con otra llave y se abrió. Vi dentro a otro niño un poco más grande que lloraba. Le hablé en alemán, pues sabía que aquel niño en esa soledad y oscuridad era yo mismo. Le dije que podía salir, que todo estaba arreglado.
"Abrí otra puerta, y encontré otro niño, un poco más grande, que lloraba y temblaba de terror. Le dije en español: 'Ya puedes salir, Cristo ha arreglado todo'. El niño salió.
"Abrí la última puerta. Allí vi un joven a quien hablé en inglés, diciéndole que ya podía salir.
"¿Sabe? -me dijo Felipe-, me siento mucho mejor, pero tengo temor. Esos calabozos todavía están allí. ¿Qué tal que yo vuelva a entrar de nuevo?"
Le dije: "Vamos a orar otra vez; pidamos a Cristo que lleve esos calabozos sobre Sí mismo". Pedí a Dios que abriera los ojos espirituales de Felipe para que él pudiera "ver" cómo Cristo estaba llevando esta situación sobre sí mismo.
Felipe comentó: "Veo que los calabozos se volvieron cartón, se amontonaron y fueron echados al mar. Ahora veo un paisaje muy lindo de casas pequeñas, como en España. ¿Sabe? ese temor se ha ido". Cristo había cargado sobre Sí todo lo que había sucedido. A partir de entonces, Felipe empezó a cambiar el trato con los demás.
EL ELOGIO
Otra necesidad básica que todo niño tiene, es la de ser elogiado. El niño al nacer no sabe nada de sí mismo, pues ni siquiera entiende que existe. No sabe dónde termina su cuerpo, ni dónde empieza la cuna. Está allí; lindo, tierno, y aunque tiene ciertas capacidades, como chupar sus dedos y llorar, no comprende nada en cuanto a sí mismo.
Para mí fue muy interesante observar a nuestros niños cuando tenían unos meses. Se metían el dedo gordo del pie a la boca y al mordérselo gritaban como si alguien les hubiera hecho algo horrible. No sabían que ese dedo era parte de ellos. , .
Como el niño no entiende nada en cuanto a si mismo, no sabe si es una persona que tiene valor o si es una persona que no merece nada. La única manera que tiene de saber algo en cuanto a sí mismo, es escuchando lo que en primer lugar la madre, y el padre, y luego sus hermanos y compañeros dicen de él. Si con frecuencia le dicen que no vale nada, que no sirve para nada, que todo lo hace mal, el niño va a pensar que así es él. Va a sentir que no vale nada. Cuántas veces los padres exclaman: "¡Pero es que este niño no sirve para nada!".
Cuando vivíamos en Montería, visitábamos mucho a los miembros de la iglesia. Las madres nos presentaban a sus hijos diciéndonos, por ejemplo: "Esta es Blanca; me resulto muy buena, en cambio esa "negrita" no me sirve para nada" . . "
Aquella madre estaba haciendo que la negrita sintiera que no servía para nada. Eso es lo que la negrita va a pensar de sí misma. Y Blanca va a saber que ella, no tiene tanto valor como la mamá dice. Sabe dentro de sí, que ella también a veces es boba y otras veces tampoco sirve para nada.
ELVIA
Elvia era una sicóloga que se había entregado al Señor Jesucristo en una iglesia de Popayán y nosotros queríamos que ella diera testimonio de lo que Cristo había hecho en su vida.
Ella siempre nos decía: "Pero ¿de qué voy a dar testimonio? Antes estaba contenta y ahora también. No vale la pena decir eso".
Al fin pensé que algo no funcionaba bien dentro de ella. Un mes más tarde un joven nos llamó a las 10:30 de la noche para pedirnos que fuéramos a la casa, donde, ella vivía con una amiga. Estaban haciéndoles una liberación y ya llevaban dos días. Fuimos a ver en que podíamos ayudar y allá nos dimos cuenta de que esas dos chicas vivían en una relación lesbiana.
Al día siguiente, nos volvieron a llamar para decirnos que habían pasado toda la noche despiertas. Finalmente llevamos a Elvia a nuestra casa. Ella no podía dormir, pues estaba llena de temores. Al fin le di una pastilla para calmarla y me quedé a su lado hasta que se durmió. A la mañana siguiente parecía que todo andaba bien y ella salió de la ciudad.
Después de unos tres meses, volvió y me dijo: "Yo voy a volver a mi vida anterior Esta nueva vida no vale nada".
Pasé casi tres horas tratando de convencerla de que no volviera a su vida anterior. Finalmente me di por vencida y le dije: "Tú puedes hacerlo, pero ¿sabes una cosa? Dios no va a andar detrás de ti. 'Hoy' -dice la Biblia- 'es el día de salvaci6n'. Si tú te vas, no esperes que Dios vaya a sacarte de allí otra vez".
Me contesto: "Es que esta vida no tiene valor para y tú no puedes hacer nada para ayudarme porque eres una mujer. Eso que está en me dice que solo un hombre puede ayudarme".
Casi me tenía convencida, cuando el Espíritu Santo me mostró la mentira. "Eso es una mentira -le dije-, delante de Dios hombres y mujeres tienen el mismo poder, pero quien va a echar eso fuera es Cristo, el hombre perfecto". Así, echamos fuera el demonio de lesbianismo, de odio y muchos otros más.
Entonces Elvia empezó a contarme su vida. Ella no sabía quién era su madre; no sabía si era su tía, quien siempre la entendía pero era soltera y por lo cual la había regalado a la mamá, o si la madre era la que decía que era su madre pero que no la amaba, por lo cual la había dado a la tía muchas veces para que la cuidara. Cada vez que quería hablar de esto a la mamá, ella se reía y no le contestaba.
"Sé que mi mamá no me amaba -dijo Elvia-, siempre me decía: 'Tú tienes la piel exactamente como la de tu abuela y yo odio a tu abuela. Tú no sirves para nada. Eres tan boba que no vas a servir para nada en la vida'''.
La pusieron en un colegio muy bueno, tenían los medios económicos para hacerlo, pero siempre le decían que ella era boba, que ni siquiera iba a ser capaz de estudiar. Elvia obtenía muy buenas notas, y las de su tercer año de escuela fueron excepcionales. Pensó que ahora sí su mamá iba a darse cuenta de que ella no era boba. Cogió la libreta de calificaciones y fue corriendo a la casa. La mamá estaba sentada en la sala cuando Elvia llegó con la libreta. "¡Mamá, mira mis notas! ¡No soy una boba!".
La mamá cogió la libreta, la miro y dijo: ¡Hm! Tú no has obtenido esas notas. ¡Tú eres demasiado boba para eso! Lo que pasa es que tú eres la favorita de la profesora y por eso ella te las regaló. Tú no eres capaz de lograr esas calificaciones".
Elvia terminó el bachillerato, entró a la universidad a estudiar sicología y también se graduó con buenas notas. Fue durante su tiempo de universidad que entabló amistad con esta chica.
Después de graduarse, trabajó como sicóloga en un colegio. Un día le enviaron una niña de once años que tenía amistad con otra niña no muy sana. Elvia me dijo: "¿Qué podía hacer, si yo estaba en la misma situación? Lo único que pude hacer fue decirle que tenía que aceptarse tal como era. Pues, si yo no tenía la respuesta para mí misma, ¿cómo podía ayudarla a ella?".
Pues bien, Elvia y yo oramos por su vida pasada. Cuando llegamos a la parte en donde ella entró a la sala y se acercó a su madre con las calificaciones le dije: "Vamos a pedir que Dios te abra los ojos espirituales, para que puedas ver a Cristo sentado en la sala de tu casa. No mires ahora a tu madre en la sala, sino a Cristo. ¿Puedes verlo con tus ojos espirituales?"
"Sí, lo veo en la sala", me contestó.
"Ahora --continué-, coge la libreta y ve corriendo, ya no a tu mamá, sino a Cristo, preséntale las notas, muéstraselas a Él". De repente, Elvia empezó a llorar y a sollozar. Cuando se calmó le pregunté qué había pasado. "Yo vi a Cristo allá sentado. Cogí la libreta de notas y fui corriendo a Él. El me tomo sobre sus rodillas. Me abrazó y me dijo: 'Yo sí creo que estas notas son tuyas. Tú eres mi hija, estoy orgulloso de ti. Tu no eras boba"'. En ese momento Cristo llevó esa llaga de Elvia sobre Sí mismo. Oramos por el resto de su vida, pero yo sentí que en aquel momento algo especial había sucedido en su vida.
Dios había sanado la raíz de su problema. Elvia había buscado una madre, y ese era el motivo por el cual había entablado tal relación.
Elvia actualmente se encuentra trabajando con universitarios, ayudándoles a encontrar la salud sicológica y espiritual que ella encontró en Cristo. Ahora, cuando le pedimos un testimonio, Elvia tiene uno para dar, sabe lo que Cristo ha hecho en su vida.
Todos éstos son ejemplos de personas que no satisficieron sus necesidades básicas en la niñez. Tales niños, cuando son adultos, sufren de sentimientos y complejos profundos de inseguridad, inferioridad, y muchos otros más.





¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
Teléfono: (506) 88539162
  
Hugo, con nuestros amigos: Jessenia, Alison, Ronald y el pequeño Eitan después de su clase de la biblia.

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