Por Peter Amsterdam
En la Pascua se
festeja el suceso más importante de la fe cristiana: la resurrección de Cristo.
¿Y por qué tiene tanta importancia? Porque sin la resurrección, nuestra fe
sería ilusoria. El apóstol Pablo expone claramente las razones. De no haberse
producido la resurrección no habríamos sido redimidos y por tanto todavía
tendríamos que rendir cuentas por nuestros pecados.[1] Sin
la resurrección, nuestra fe carece de sentido y somos falsos testigos cuando
nos dirigimos a los demás.[2]
Gracias a que Dios levantó a Jesús de los muertos sabemos que tenemos la
salvación.[3]
El hecho de que Jesús
resucitó de los muertos corroboró todo lo que había afirmado sobre Su mesiazgo
y Su divinidad.
Expectativas sobre el Mesías
De no haber resucitado
de los muertos, Jesús simplemente habría engrosado la lista hombres judíos del
siglo primero que adujeron ser el Mesías o que fueron considerados como tales
por algunas personas, pero que resultaron ser impostores mesiánicos, mesías
frustrados. En aquellos días se entendía que un mesías era un hombre ungido por
Dios para liberar a Su pueblo de los opresores extranjeros y que ocuparía el
trono en el restablecido reino de David.
Existen referencias en
el Nuevo Testamento y otros escritos históricos que dan cuenta de mesías
fallidos. En el libro de los Hechos, un fariseo, Gamaliel, aludió a ellos
cuando habló de hombres que se sublevaron con sus seguidores y fueron
liquidados. Dijo: «Antes
de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un
número como de cuatrocientos hombres, pero él murió, y todos los que lo
obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de éste se levantó
Judas, el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo.
Pereció también él, y todos los que lo obedecían fueron dispersados».[4]
Cuando Pablo fue
detenido en Jerusalén, el tribuno lo confundió con un alborotador egipcio.
Cuando
estaban por meter a Pablo en la fortaleza, éste le dijo al tribuno: «¿Me
permites decirte algo?» Y el tribuno respondió: «¿Sabes griego? ¿Acaso no eres
tú aquel egipcio sedicioso, que hace poco se sublevó y llevó al desierto a
cuatro mil sicarios?»[5]
Flavio Josefo —el
historiador judío del siglo primero— mencionó
varias figuras históricas que podían considerarse falsos cristos: (1) Teudas,
que apareció cuando era procurador Cuspio Fado (44-46 d.C.) y convocó al pueblo
a orillas del Jordán con la promesa de que partiría las aguas del río como
antiguamente lo había hecho Josué, emprendiendo con ello la reconquista del
país; (2) varios «impostores» durante el periodo en que ejerció [de procurador]
Félix (52-59 d.C) que condujeron muchedumbres al desierto prometiéndoles
prodigios y maravillas; (3) un farsante durante el periodo en que ejerció Festo
[de procurador] (60-62 d.C.) y que prometió liberar de las amarguras y
sufrimientos de Roma a quienes lo siguieran al desierto; (4) Manahem ben Judá
—alias «el galileo»— durante el periodo de Floro [procurador] (64-66 d.C.) que
arribó a Jerusalén «pasándose por rey» y sitió la ciudad.[6]
Los dirigentes judíos
rechazaron a Jesús, porque lo consideraron un embaucador mesiánico, un falso
mesías. Según ellos, Jesús era uno de tantos otros que reivindicaban su
mesiazgo. De no haber resucitado Jesús de entre los muertos se habría
demostrado que ellos tenían razón. Lo más probable es que Sus discípulos hubieran
regresado a sus hogares, se hubieran reintegrado a sus antiguos oficios y
hubieran resuelto que habían sido presa de un engaño y tomados por tontos.
Sin embargo, Dios
levantó a Jesús de los muertos, y eso marcó la diferencia. Dios se sirvió de la
resurrección para demostrar que lo que Jesús había declarado sobre Su persona
era cierto. El hecho de que resucitó de los muertos luego de morir por nosotros
demostró que Jesús:
- Actuó y
habló con una autoridad que solo era atribuible a Dios.
- Era el
Mesías cuya venida estaba predicha a lo largo del Antiguo Testamento.
- Era el
Hijo del Hombre aludido en el libro de Daniel, al cual se le había
otorgado gloria y un reino… un dominio eterno, que nunca pasaría.
- Juzgará a
cada individuo al final de los tiempos.
- Es el
divino Hijo de Dios, en igualdad con el Padre.
Repasemos brevemente
lo que se nos enseña en los Evangelios acerca de estos cinco aspectos de Jesús.
Jesús actuó investido con la autoridad de Dios
Jesús habló y actuó
con autoridad. Lo demostró en Sus enseñanzas y en Sus acciones, en los milagros
que realizó, al exorcizar demonios y al perdonar los pecados de las personas.
Cinco veces en el
Sermón de la Montaña Jesús expresó la correcta interpretación de partes del
Antiguo Testamento cuando dijo: «Ustedes han oído que se ha dicho a los
antiguos… Pero Yo les digo». Es decir que rectificó la interpretación errónea
de la Escritura que difundían los jerarcas religiosos de la época. Cuando Jesús terminó de hablar,
todos los que escuchaban quedaron admirados de Sus enseñanzas, porque Jesús
hablaba con toda autoridad, y no como los maestros de la Ley.[7] En
el evangelio de Juan, Jesús emplea la frase «de cierto, de cierto os digo —o te
digo—» 25 veces, una locución que recalca el talante de autoridad y la
importancia que conllevaban Sus pronunciamientos.[8]
Refiriéndose a las
leyes de Moisés, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, Jesús dijo:
Es
más fácil que desaparezcan el cielo y la tierra, que caiga una sola tilde de la
ley.[9]
En otra ocasión,
aludiendo a Sus propias enseñanzas, les atribuyó la misma autoridad y
continuidad que la Ley Mosaica cuando dijo:
El
cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán.[10]
Podemos apreciar la
autoridad de Cristo sobre la naturaleza cuando aplaca la furia de la tormenta:
Vinieron
a Él y lo despertaron, diciendo: —¡Maestro, Maestro, que perecemos!
—Despertando Él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron y sobrevino la
calma.[11] Según el libro de los Salmos, calmar la tormenta es un
acto propio de Dios: Llenos
de angustia, oraron a Dios, y Él los sacó de su aflicción; calmó la furia de la
tormenta, y aplacó las olas del mar.[12]
La autoridad de Jesús
sobre Satanás se manifiesta cuando expulsa demonios y concede autoridad a Sus
discípulos para hacer lo mismo.
Jesús
lo reprendió, diciendo: —¡Cállate y sal de él! —Entonces el demonio,
derribándolo en medio de ellos, salió de él sin hacerle daño alguno. Todos
estaban maravillados, y se decían unos a otros: —¿Qué palabra es ésta, que con
autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?[13]
Regresaron
los setenta con gozo, diciendo: —¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en
Tu nombre![14]
La autoridad de Jesús
para perdonar pecados —un atributo de Dios— se hizo manifiesta cuando le señaló
al paralítico que se le perdonaban sus pecados, tras lo cual lo curó,
demostrando que efectivamente poseía autoridad para eximir de pecados.
—¿Qué
es más fácil? ¿Decir: «Tus pecados quedan perdonados», o decir: «Levántate y
anda»? Pues voy a demostrarles que el Hijo del Hombre tiene autoridad en este
mundo para perdonar pecados.
Se
volvió entonces al paralítico y le dijo: —Levántate, recoge tu camilla y vete a
tu casa.[15]
En el curso de Sus
enseñanzas Jesús se declara mayor que el templo, que el profeta Jonás y que el
Rey Salomón, demostrando con ello que Su persona y Su mensaje eran superiores a
las tres entidades más importantes de Israel: el sacerdote, el profeta y el
rey.[16]
Pues
Yo les digo que aquí está uno más grande que el templo...aquí tienen ustedes a
uno más grande que Jonás... aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón.[17]
También afirmó que ser
mayor que Abraham, el padre de la fe; Jacob, el padre de Israel, y Moisés, que
recibió la ley de Dios.
—¿Eres
Tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió?
Jesús
les dijo: —De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, Yo soy.[18]
—¿Acaso
eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron
él, sus hijos y sus ganados?
Jesús
le contestó: —Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que
beba del agua que Yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le
daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.[19]
Si le
creyeran a Moisés, me creerían a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creen
lo que él escribió, ¿cómo van a creer Mis palabras?[20]
Luego de Su
resurrección, Jesús habló de la autoridad que poseía.
Jesús
se acercó y les habló diciendo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la
tierra.[21]
Al resucitar de los
muertos la primera mañana de Pascua, Jesús demostró que Sus reivindicaciones de
autoridad eran válidas.
Jesús, el Mesías
A lo largo del Antiguo
Testamento la Escritura predice la venida de un hombre que conduciría a Israel,
un rey que cumpliría las profecías que Dios había revelado a David y a otros.
Dichas predicciones hablaban de un profeta y rey de la tribu de Judá, de la
casa de David, del pueblo de Belén, que tendría un reino eterno. Esa persona sería
un ungido, un
mesías, un siervo sufriente que cargaría sobre sí las transgresiones del
pueblo, un rey llamado «nuestro justo salvador».
Un
profeta como tú les levantaré en medio de sus hermanos; pondré Mis palabras en
Su boca y Él les dirá todo lo que Yo le mande.[22]
[Refiriéndose
a David:] Cuando tu vida llegue a su fin y vayas a descansar entre tus
antepasados, Yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y
afirmaré su reino. Será Él quien construya una casa en Mi honor, y Yo afirmaré
Su trono real para siempre.[23]
De
ese tronco que es Jesé [padre de David], sale un retoño; un retoño brota de sus
raíces. El espíritu del Señor estará continuamente sobre Él, y le dará
sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor.[24]
Tú,
Belén Efrata, eres pequeña para estar entre las familias de Judá; pero de ti me
saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes se remontan al principio
mismo, a los días de la eternidad. Se levantará para guiarlos con el poder del
Señor, con la grandeza del nombre del Señor su Dios; y ellos vivirán tranquilos
porque Él será engrandecido hasta los confines de la tierra.[25]
Vienen
días —afirma el Señor—, en que de la simiente de David haré surgir un
vástago justo; Él reinará con sabiduría en el país, y practicará el derecho y
la justicia[...]. Y este es el nombre que se le dará: «El Señor es nuestra
salvación».[26]
Ciertamente
Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo
consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por
nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre Él recayó el
castigo, precio de nuestra paz, y gracias a Sus heridas fuimos sanados. Todos
andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el
Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros.[27]
Después de décadas de
exilio en Babilonia y de vivir bajo la supremacía de grandes imperios como el
griego y el romano, el pueblo judío empezó a emplear el término mesías en explícita
referencia al caudillo que restablecería la independencia de Israel en
cumplimiento de las profecías veterotestamentarias. En la época de Jesús, la
aspiración judía era que el mesías fuera un soberano político-militar que
liberara al pueblo judío de la opresión romana.
Los romanos que
gobernaban Israel en tiempos de Jesús eran muy escrupulosos en sofocar toda
rebelión y eliminar a todo el que pudiera considerarse un mesías en potencia.
Dado el peligro que acarreaba, en la primera parte de Su ministerio Jesús no
solía hacer pública su reivindicación mesiánica. Estando en Israel propiamente
dicho, Jesús rara vez se autodenominó Mesías; en cambio, sí lo hizo cuando se
encontraba en Samaria y lugares fuera de las fronteras de Israel.[28]
Con frecuencia
indicaba a quienes había sanado que no se lo contaran a nadie, pues no quería
ser foco de atención. Lo podrían haber confundido con un agitador que pretendía
exaltar los sentimientos nacionalistas judíos, y los romanos estaban al acecho
de cualquiera que concitara demasiadas simpatías entre el pueblo y tuviera un
halo mesiánico, lo que podría constituir una amenaza para su régimen.
Estando
Jesús en una de las ciudades, había allí un hombre lleno de lepra, y cuando vio
a Jesús, cayó sobre su rostro y le rogó: «Señor, si quieres, puedes
limpiarme». Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: «Quiero; sé
limpio». Y al instante la lepra lo dejó. Y Él le mandó que no se lo dijera a
nadie.[29]
Luego de dar de comer
milagrosamente a cinco mil almas, Jesús se apartó de la muchedumbre al
percatarse de que la gente pretendía coronarlo rey, lo que le hubiera acarreado
antes de tiempo la ira de Roma.
Pero
Jesús, dándose cuenta de que querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey,
se retiró de nuevo a la montaña Él solo.[30]
Durante toda Su misión
Jesús trató de apartar a la gente de la creencia generalizada de que el Mesías
sería un rey soldado, un libertador. Más bien, procuró hacerle comprender que
la misión del Mesías entrañaba sufrimiento, rechazo y humillación. A la gente
le costó entender eso, incluidos Sus más cercanos seguidores. Ni Sus
discípulos, ni los dirigentes judíos ni Juan el Bautista comprendían la verdadera
naturaleza del mesiazgo. Esto se aprecia claramente cuando dos de Sus
discípulos, Santiago y Juan, preguntaron si podían sentarse a su derecha y a su
izquierda cuando Él llegara a ser rey. Esperaban que llegara a ser rey en
sentido literal, dotado de grandeza, poder y fortuna.
Le
dijeron: —Concédenos que nos sentemos junto a Ti en Tu gloria: el uno a Tu
derecha y el otro a Tu izquierda.[31]
Hasta el propio Juan
Bautista, precursor de Jesús y enviado para preparar Su camino, dudaba de si
Jesús realmente era el que habría de venir, o sea, el mesías prometido. El
concepto que Juan tenía de lo que haría el mesías desentonaba de lo que había
oído que estaba haciendo Jesús. Este le respondió señalando que Su labor cumplía
las profecías pronunciadas por Isaías sobre el mesías y que coincidía con lo
que según Isaías 35 y 61 haría el mesías.
Juan
estaba en la cárcel, y al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a
sus discípulos a que le preguntaran: —¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos
esperar a otro?
Les
respondió Jesús: —Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los
ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen,
los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas.[32]
Al principio de Su
ministerio Jesús había citado textualmente partes de ese mismo pasaje de la
Escritura y declarado que estas se cumplían en Él.
«El
Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a
pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a
los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor.»[...] Entonces comenzó a
decirles: —Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.[33]
Hacia el final de Su
misión, cuando se hallaba cerca de Cesarea de Filipo —importante ciudad romana
situada al norte del Mar de Galilea, cuya población siria y griega era pagana—,
Jesús preguntó a Sus discípulos quién decía la gente que era Él. Ellos le
respondieron que algunos decían que Juan el Bautista, otros que Elías, Jeremías
o alguno de los profetas. El hecho de que la gente lo reseñara como uno de
aquellos profetas coincidía con el anhelo expresado en el Antiguo Testamento de
que habría de venir un gran profeta.
Cuando Jesús preguntó
a Sus discípulos quién pensaban ellos que era Él, Pedro repuso:
—Tú
eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
—Entonces
Jesús le dijo: —Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste
por medios humanos, sino porque te lo reveló Mi Padre que está en el cielo.
Entonces mandó a Sus discípulos que a nadie dijeran que Él era Jesús, el
Cristo.[34]
La palabra Cristo es la traducción
griega del vocablo hebreo mashíaj,
que significa mesías.
Poco más de una semana
después Jesús subió a un monte con tres de Sus discípulos y se transfiguró.
Como
ocho días después de estas palabras, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y
subió al monte a orar. Mientras oraba, la apariencia de Su rostro cambió y
Su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y dos varones hablaban con Él,
los cuales eran Moisés y Elías. Estos aparecieron rodeados de gloria; y
hablaban de Su partida, que Jesús iba a cumplir en Jerusalén.[35]
Moisés y Elías
representan la Ley y los Profetas, y su aparición demostró que el Antiguo
Testamento daba fe de que Jesús era el Mesías.
Cuando Jesús preguntó
a los fariseos de quién sería hijo el mesías, estos le respondieron que «de
David», conocedores de que según las Escrituras el mesías descendería del
linaje real de David. Jesús les planteó entonces una segunda pregunta, citando
el Salmo 110:1:
Entonces
les dijo Jesús: —¿Pues cómo es que David, inspirado por el Espíritu, lo llama
Señor? Porque David dijo: «El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha,
hasta que Yo ponga a tus enemigos debajo de tus pies». ¿Cómo puede el Mesías
descender de David, si David mismo lo llama Señor?[36]
Con ello Jesús
demuestra claramente que el mesías, «hijo» de David, será señor de David; es
decir, que tendrá un papel más destacado que David.
Al comparecer ante el
concilio, le preguntan a Jesús si es «el Cristo».
El
sumo sacerdote insistió preguntándole: —¿Eres Tú el Mesías, el Hijo del
Bendito?
Jesús
respondió: —Sí, lo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado junto al
Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.[37]
Esa respuesta
convenció al sumo sacerdote de que debía sentenciar a muerte a Jesús.
Atribuirse que era el mesías permitió a los líderes judíos llevar a Jesús ante
Pilato para que lo sometiera a juicio, toda vez que el mesías representaba una
amenaza para Roma y las autoridades romanas ejecutaban a los que presumían de
ser mesías.
Al nacer Jesús, los
ángeles lo llamaron Mesías:
Hoy
les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.[38]
Pilato hizo lo propio antes de condenarlo a muerte: —¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo?[39]
Jesús, que a lo largo
de los Evangelios declaró explícitamente ser el Mesías y al que otros habían
llamado Cristo (Mesías), fue colgado cruelmente en una cruz hasta que expiró.
Los dirigentes judíos y Pilato pensaron que con Su muerte se demostraría que
había sido un falso mesías. Su resurrección, no obstante, evidenció que decía
la verdad. Al resucitarlo de entre los muertos, Dios demostró que Jesús era el
anunciado a lo largo de las Sagradas Escrituras, el Mesías que cargó con
nuestras penas y soportó nuestros dolores, que fue molido por nuestras iniquidades
y que nos ha traído paz, el denominado «Señor de nuestra justicia».
(En la segunda
parte de esta serie veremos otros aspectos de la naturaleza de Jesús.)
Nota
A menos que se indique
otra cosa, todos los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera,
revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es
ilusoria y todavía están en sus pecados (1 Corintios 15:17 [NVI]).
[2] Y si Cristo no ha resucitado, tanto nuestro anuncio como
la fe que ustedes tienen carecen de sentido. Es más, resulta que somos testigos
falsos de Dios, por cuanto hemos dado testimonio contra Él al afirmar que ha
resucitado a Cristo, cosa que no es verdad si se da por supuesto que los
muertos no resucitan (1 Corintios 15:14–15, BLPH).
[3] Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees
en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo (Romanos
10:9).
[5] Hechos 21:37,38 (RVC).
[6] Calcada, L.; Brand, C.; Draper, C; England, A; Bond, S,
y Clendenen, E. R.: «Falsos Cristos», del Diccionario
Bíblico Ilustrado, Broadman & Holman Publishers (1 Oct. 2008).
[8] Juan 1:51 (ESV Study Bible).
[12] Salmo 107:28,29 TLA.
[16] The
ESV Study Bible (Wheaton: Crossway Bibles, 2008), 1846.
[17] Mateo 12:6,41,42 (NVI).
[23] 2 Samuel 7:12,13 (NVI).
[25] Miqueas 5:2,4 (RVC).
[26] Jeremías 23:5,6 (NVI).
[27] Isaías 53:4–6 (NVI).
[28] Le dijo la mujer:
—Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga nos declarará
todas las cosas.
Jesús le dijo: —Yo
soy, el que habla contigo (Juan 4:25,26).
[29] Lucas 5:12–14 (NBLH).
[31] Marcos 10:37 (BLPH).
[36] Mateo 22:43–45 (DHH).
[37] Marcos 14:61,62 (BLPH).
De Jesús con cariño:
Te comprendo
Yo comprendo las pruebas a que es sometido el
corazón del hombre, la profunda desesperación y el intenso desaliento que a
veces lo invade.
Comprendo la enorme pena que siente al despedirse
de un ser querido, pues Yo tuve que separarme de Mi Padre para ir a la Tierra,
y luego dejar a los que tanto quería en la Tierra para retornar a Mi Padre.
Sé además cuánto duele que te traicionen, pues alguien
con quien había trabado amistad me traicionó con un beso.
También comprendo el miedo de encarar lo que se
avecina. Por eso dije: «Padre, pasa de Mí esta copa».
Comprendo lo que es ser ridiculizado, pues fui
objeto de burlas e insultos.
Comprendo lo que es padecer dolor, pues sentí un
dolor espantoso cuando los clavos me atravesaron las manos y los pies.
Comprendo lo que es sentirse abandonado, pues vi
cómo me abandonaban los discípulos a quienes amaba, a pesar de que ellos
también me amaban a Mí. Por un momento pensé que hasta Mi Padre me había
desamparado.
Aunque Mi Padre no dejó que pasara de Mí aquella
copa... aunque me traicionó una persona a la que había amado... aunque vi a Mis
amigos apartarse de Mí en la hora de Mi angustia... aunque me golpearon y
escupieron... aunque los clavos me atravesaron las manos y los pies... aunque
tuve la sensación de que Mi Padre me abandonaba... aunque sufrí una muerte
atroz... aunque parecía estar totalmente derrotado... todo ello dio lugar a una
gran victoria y una magnífica salvación, una grandiosa resurrección que alteró
el curso de la Historia y toda la eternidad.
Di la vida para salvarte, pero sufrí todo eso para
comprenderte mejor.
Jesús
Nuestra hija Esther, llevando
las buenas nuevas del amor de Dios a una amiga en su tienda.
¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth