Por Maria
Fontaine
Si supieras que hoy sería el último día de tu vida,
¿cuánto tiempo dedicarías a cosas que no significan nada en el contexto de la
eternidad? Los minutos se tornarían sumamente valiosos, por lo que optarías por
emplearlos en lo que es más importante para ti. Las cosas del mundo te
parecerían vanas, te resultarían casi ofensivas. Desearías manifestar amor a
quienes quieres más entrañablemente y te asegurarías de que supieran cuánto
significan para ti. Te dedicarías a subsanar todo lo que hiciste mal y a reconciliarte
con quienes has tenido alguna diferencia.
Si alguna vez has visto la muerte cara a cara o has
convivido con un ser querido que padecía una enfermedad letal y te diste cuenta
de cómo cambió por completo su orden de prioridades, ya me entiendes. En esos
momentos, todo se vuelve sumamente claro. Lo único que reviste importancia es
el amor.
Tanto en los buenos tiempos como en las temporadas
difíciles, la felicidad y la alegría que Jesús puede darnos no tienen punto de
comparación con lo que el mundo nos ofrece. Él nos da contentamiento, paz,
amor, satisfacción, conocimiento, verdad... Él mundo no tiene forma de competir
con Él en esos aspectos. Se requiere cierta disciplina mental y física para
aprender a valorar esas cosas más que los placeres fugaces del mundo. Se trata
de satisfacer el corazón y la mente más que los cinco sentidos. En última
instancia, eso es lo único que el mundo puede darnos: una satisfacción temporal
por medio de la vista, el oído, el olfato, el paladar y el tacto. Más allá de eso,
no hay nada en el mundo que pueda satisfacer las ansias del alma. Solo Jesús
puede. Él es la solución. Pero mientras sigamos procurando que las cosas de
este mundo nos satisfagan y nos hagan felices, no encontraremos la verdad (1
Juan 2:15-17).
Nuestra alma recibe de Dios su personalidad.
Fue concebida para que Él la llenara. El peligro al que nos enfrentamos todos
es el de llenar nuestra alma de mezquinas ambiciones y de nuestra miope
concepción de lo que es sentirnos realizados, sin dejar espacio para la obra
que debe realizarse en nosotros.—William
Kirk Kilpatrick
De Jesús con cariño:
Cómo sacarle
el máximo provecho a la vida
Es lamentable que tantas personas se contenten con
vegetar. Claro que es posible que estén muy ocupadas manteniéndose a flote o
esforzándose por salir adelante, y que empleen todos sus ratos libres en
actividades que esperan que les resulten agradables. Pero, ¿a qué conducen
tales actividades? ¿En qué momento viven de verdad?
El secreto para sacarle el máximo provecho a la
existencia es vivir en estrecha relación conmigo y con Mi Palabra.
Con eso no quiero decir que debas recluirte y
dedicarte exclusivamente al estudio y la meditación; me refiero a que procures
incluirme en tus actividades cotidianas y aplicar Mi Palabra a lo que sea que
hagas. Si aprendes eso, tu vida cobrará renovado sentido y profundidad. Además
de sentir más felicidad y satisfacción, si reflejas Mi amor y la luz de Mi
Palabra en todo lo que hagas, iluminarás a quienes te rodean.
Empieza cultivando el hábito de tomarte unos
momentos de quietud al comienzo del día para orar y leer Mi Palabra. Luego toma
lo que te haya enseñado en el aula y aplícalo a lo largo de la jornada. Si no
sabes cómo, haz una pequeña oración, y Yo te lo indicaré. Ya sea que estés en
el trabajo, haciendo diligencias o relajándote con tu familia y amigos, Yo
puedo convertirte en una bendición mayor para los demás y encima bendecirte a
ti también.
Si me dejas que te ayude a dedicar más tiempo a lo
más importante y gratificador de todo lo que he creado —las personas—, tu vida
se enriquecerá y cobrará más sentido. Hasta disfrutarás más de las actividades
de todos los días, como leer el periódico o ver una película o un programa de
televisión. Pídeme simplemente que te indique lo que Yo pienso del asunto. Te
sorprenderá todo lo que sé y todo lo que puedo ofrecerte.
Oración para hoy:
Disipas mis
preocupaciones
Jesús, a veces soy presa de la ansiedad y la
preocupación; pero cuando te encomiendo mis problemas, Tú siempre los
resuelves. Y por lo general empiezas por recordarme que eres dueño de la
situación, que estás para ayudarme y que no hay nada que no puedas resolver. Lo
tomas todo con mucha serenidad y encaras cada problema tan positivamente que
mis inquietudes y temores se desvanecen. Los sustituyes por fe y confianza en
Ti, y eso supone una diferencia enorme.
Una vez más necesito Tu ayuda. Te entrego mis
preocupaciones más recientes, a cambio de Tu perfecta paz. ¡Gracias,
Jesús!
Elizabeth con nuestra amiga Karla, gerente de un
restaurante que recibe estudio bíblicos.
¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
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