Escrito por Keith Phillips
Érase una vez un hombre que no creía en Dios, y no
tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y las festividades
religiosas como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus
hijos en la fe en Dios y en Jesucristo, a pesar de los comentarios desdeñosos
de su marido.
Una Nochebuena en que nevaba copiosamente, la esposa
se preparó para llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la
localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él
se negó.
—¡Son puras quimeras! —arguyó—. ¿Por qué se iba a
rebajar Dios a descender a la Tierra y adoptar forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon, y él se quedó en
casa.
Un rato después, el viento arreció, y se desató una
tormenta. Por la ventana, todo lo que se veía era una cegadora ventisca.
Decidió, pues, relajarse sentado ante la chimenea.
Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había dado
contra la ventana. Luego oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero
la visibilidad era casi nula. Cuando la nevada empezó a amainar, se aventuró a
salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano
descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto se dirigían al sur para
pasar allí el invierno y, al verse sorprendidos por la tormenta de nieve, no
habían podido seguir. Perdidos, habían ido a parar a su finca, donde no iban a
encontrar alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban casi a ras del suelo en
círculos, sin ton ni son, cegados por la borrasca. El agricultor dedujo que un
par de aquellas aves habían chocado contra la ventana de su casa.
Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos. «Sería
ideal que se quedaran en el gallinero —pensó—. Allí no hace tanto frío y
estarían a salvo. Podrían pasar allí la noche, hasta que termine la tormenta».
Dirigiéndose, pues, al cobertizo, abrió las puertas de par en par. Luego
observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba
abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear en círculos.
Supuso que no se habían dado cuenta siquiera de la existencia del gallinero y
de lo que podía significar en aquellas circunstancias. El hombre intentó llamar
la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y alejarlas más.
Entró a la casa y salió con algo de pan. Fue
partiéndolo en pedazos y dejando un rastro que conducía hasta el cobertizo. Sin
embargo, los gansos no entendieron.
El hombre se empezó a frustrar. Corrió tras ellos para
hacerlos entrar al gallinero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y
dispersarlos en todas direcciones menos hacia donde él quería. Por mucho que lo
intentó, no consiguió que entraran al cobertizo, donde estarían seguros y no
pasarían frío.
—¿Por qué no me siguen? —exclamó—. ¿Es que no se dan
cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevasca?
Reflexionando unos instantes, cayó en la cuenta de que
las aves no seguirían a un ser humano.
—Si yo fuera uno de ellos, entonces sí podría
salvarlos —dijo pensando en voz alta.
En ese momento se le ocurrió una idea. Entró al
gallinero, agarró un ganso doméstico de su propiedad y con él en brazos se
paseó alrededor de los gansos salvajes. A continuación, lo soltó. El ganso voló
entre los demás y fue directamente al cobertizo. Una por una, las otras aves lo
siguieron hasta que todas se pusieron a salvo.
El campesino se quedó inmóvil, mientras le resonaban
en la cabeza las palabras que él mismo acababa de pronunciar: «Si yo fuera uno
de ellos, entonces sí podría salvarlos». Reflexionó luego sobre lo que le había
dicho a su mujer aquel día: «¿Por qué iba a querer Dios ser como nosotros? ¡Qué
ridiculez!» De pronto todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era
precisamente lo que había hecho Dios. Nosotros estábamos como aquellos gansos
salvajes: ciegos, perdidos y a punto de perecer. Conmovido, Dios dispuso que Su
Hijo se hiciera como uno de nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos.
Esa —comprendió entonces el agricultor— era ni más ni menos la razón de ser de
la Navidad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora
nevasca, se acalló también su alma, y meditó sobre tan maravillosa idea.
Comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra.
Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose
de rodillas en la nieve, elevó su primera oración:
—¡Gracias, Señor, por encarnarte en un ser humano para
sacarme de la tempestad!
* * *
Dios mostró cuánto nos ama al enviar a Su único Hijo
al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de Él. En esto consiste el
amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó
a nosotros y envió a Su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.
1 Juan 4:9,10 (NTV)
Los liberaré del sepulcro; los rescataré de la muerte. Oseas 13:14 (PDT)
POR QUÉ ENVIÓ DIOS A JESÚS AL MUNDO
A. Dios envió a Jesús
para ilustrarnos cómo es Él:
Colosenses 1:13,15 Su amado Hijo: 15 Él es la imagen
del Dios invisible.
Hebreos 1:3 El Hijo nos muestra el poder y la
grandeza de Dios, porque es igual a Dios en todo.
2 Corintios 4:4 Cristo […] es la imagen
de Dios.
1 Juan 1:2 La vida eterna […] estaba con el Padre,
y se nos manifestó.
B. Al conocer a
Jesús, podemos conocer y entender a Dios:
Juan 8:19 Si me conocieran, conocerían también a
Mi Padre.
Juan 14:9 El que me ha visto, ha visto
al Padre.
(V. también Juan 12:45.)
C. Dios nos demostró
Su amor enviando a Jesús a la tierra:
Juan 3:16 Dios amó tanto al mundo, que dio a Su
Hijo único.
Romanos 5:8 Dios nos demostró Su gran amor al
enviar a Jesucristo a morir por nosotros.
1 Juan 4:9 En esto se mostró el amor de Dios para
con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos
por Él.
(V. también Efesios 2:4-7.)
D. Jesús nos mostró
el amor de Dios al morir por nosotros:
Juan 10:11 Yo soy el buen pastor: el buen pastor
su vida da por las ovejas.
Juan 15:13 El amor más grande que uno puede tener
es dar su vida por sus amigos.
1 Juan 3:16 En esto conocemos el amor: en que Él
puso Su vida por nosotros.
E. Con Su muerte
Jesús expió nuestros pecados, y si creemos en Él, obtenemos gratuitamente
la salvación:
1 Timoteo 1:15 Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores.
Lucas 19:10 El Hijo del hombre vino a buscar y a
salvar lo que se había perdido. (V. también Mateo 9:13.)
Juan 3:17 Dios no envió a Su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él.
Romanos 5:10 Fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de Su Hijo.
1 Juan 3:5 Él apareció para quitar
nuestros pecados.
1 Juan 4:14 El Padre ha enviado al Hijo para ser
Salvador del mundo.
Apocalipsis 5:9 Fuiste sacrificado, y con Tu
sangre rescataste para Dios, a gente de toda raza, idioma, pueblo
y nación.
(V. también 1 Corintios 15:3; Efesios 1:7; 2:12-18; 1
Tesalonicenses 5:9,10; Hebreos 9:12,14,26,28; 10:12,14; 1 Juan 4:9,10;
Apocalipsis 1:5.)
3. OTRAS RAZONES POR LAS QUE DIOS ENVIÓ A JESÚSAL MUNDO
A. Para proclamar
la verdad:
Juan 18:37 Yo nací y vine al mundo para decir lo
que es la verdad.
B. Para destruir el
poder del diablo:
1 Juan 3:8 El Hijo de Dios se manifestó con este
propósito: para destruir las obras del diablo.
Hebreos 2:14 Así como los hijos de una familia son
de la misma carne y sangre, así también Jesús fue de carne y sangre humanas,
para derrotar con Su muerte al que tenía poder para matar, es decir,
al diablo.
(V. también 1 Corintios 15:54-57.)
C. Para que conociera
nuestras flaquezas humanas y se compadeciera de nosotros:
Hebreos 2:17,18 Debía ser en todo semejante a Sus
hermanos, para venir a ser misericordioso […]. 18 En cuanto Él mismo padeció
siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
Hebreos 4:15 Nuestro Sumo Sacerdote puede compadecerse
de nuestra debilidad, porque Él también estuvo sometido a las mismas pruebas
que nosotros.
D. Algunas
experiencias que tuvo Jesús:
§ Proceso de crecimiento (Lucas 2:40)
§ Hambre (Lucas 4:2)
§ Necesidad de dormir (Lucas 8:23)
§ Pobreza (Lucas 9:58)
§ Cansancio y sed (Juan 4:6,7)
§ Tristeza (Mateo 26:37)
Reflexión para hoy:
Aunque Cristo mil veces en Belén naciera, sino naciese
en ti, tu alma estaría en la miseria.
Y así, este
año atenderé mis pequeños recados de amor con anticipación, para que los días
que preceden a la Navidad queden libres de toda distracción, sin prisas
febriles. El correr ajetreado que he conocido en otro tiempo no se adueñará de
mí, pues mi espíritu al fin estará calmado y atento para la Navidad, para
adorar a Cristo. Arrodillado invocaré el Nombre de Jesús.
Tomaré tiempo
para contemplar de una vela la hermosa luz. Descansaré tranquilo, y como antes,
sin ruido, saldré solo de mi aposento para no perderme el plateado silencio del
firmamento. Quizá si paso largo rato callado, oiré al final lo que el bullicio
de la vida me ha ocultado: el cántico angelical, la dulce melodía del niño, el
susurro maternal.
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Puede escuchar y descargar música navideña aquí.
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Hugo, con nuestros amigos Adrián y su novia Yena, quienes reciben asesoramiento
espiritual y clases de la Biblia regularmente.
No se pierda el último número de la Revista Conéctate: Y tú, ¿ya te conectaste?
¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
Teléfonos: (506) 88539162
E-mail: mluzcelestial@gmail.com
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