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domingo, 8 de septiembre de 2013

El poder de la alabanza

“El Poder de la Alabanza” le proporciona al lector una manera extraordinaria de afrontar circunstancias que parecen no tener salida. El capellán, Merlin R. Carrothers, ingresó al ejército en 1943 y prestó servicios en la Segunda Guerra Mundial en Francia, Alemania y Bélgica. Asistió a la Universidad Marion (Indiana) y al Seminario Asbury (Kentucky) para asumir el pastorado en una iglesia metodista en Clypool (Indiana) Se retiró del ejército en 1971 como Capellán Teniente Coronel.
En este libro se narra cómo la dinámica espiritual de la alabanza revoluciona vidas. Alabar según el diccionario, significa ensalzar, celebrar, elogiar, aclamar expresando también aprobación. El alabar, entonces significa que aceptemos, o que estamos de acuerdo con lo que aprobamos. De modo que, alabar a Dios por una situación difícil, una enfermedad o una desgracia, significa literalmente que aceptamos o aprobamos lo que está ocurriendo como parte del plan de Dios para nuestra vida.
INTRODUCCIÓN
Durante treinta años el padre de Jim había sido alcohólico. Todos aquellos años, la madre de Jim y, más tarde, Jim y su joven esposa, rogaron a Dios que le sanara, pero sin resultado aparente. El padre de Jim no quería admitir que tuviera un problema con el alcohol y se ponía furioso sí alguien le mencionaba algo sobre religión.
Un día, Jim me oyó decir algo sobre el poder que se experimenta cuando empezamos a alabar a Dios por cada cosa en nuestra vida, en lugar de interceder para que cambie las circunstancias que nos son dolorosas.
Jim puso la cinta magnetofónica de esta reunión una y otra vez para que la oyesen sus amigos. Pero un día se dio cuenta de que el mismo nunca había intentado dar gracias a Dios por la condición de su padre. Enseguida fue a buscar a sus esposa para hacerle partícipe de este pensamiento. —¡Querida —le dijo— demos gracias a Dios porque él ha permitido que nuestro padre tenga esta tentación con el alcoholismo y alabémosle porque ello es parte de su plan maravilloso para su vida!
Durante el resto de aquel día dieron gracias y alabaron a Dios por cada aspecto de esta situación y, al anochecer, sintieron una emoción y una expectación nuevas.
Al día siguiente, los padres fueron a comer a casa del hijo como tenían la costumbre de hacer todos los domingos. De ordinario, el padre de Jim se quedaba el menor tiempo posible después de la comida, marchándose enseguida Pero esta vez, de repente, y mientras tomaba una taza de café, hizo una pregunta muy significativa: Qué piensan en cuanto a este movimiento denominado Revolución de Jesús? — preguntó dirigiéndose a Jim—. He leído algo acerca del mismo en el diario la otra noche. ¡Se trata sólo de una novedad o es algo real que experimentan esos muchachos que estaban drogados? La pregunta llevó a una larga discusión acerca del cristianismo, y el matrimonio mayor no se marchó hasta bien entrada la noche.  Después de algunas semanas, el padre de Jim reconoció su problema respecto de la bebida, se volvió a Jesucristo y fue completamente curado Ahora, él se une al resto de la familia para contar a otros lo que puede resultar de la alabanza a Dios.
—Date cuenta —le dijo Jim a su esposa—.Durante treinta años le pedimos a Dios que cambiara a mi padre. Sólo durante un día le alabamos por su sabiduría de hacernos vivir con este problema, y mira lo que ha ocurrido. Muchos de nosotros usamos las frases "¡Alabado sea Dios!", y "¡Gracias a Dios!", con tanta soltura, que llegan a perder su verdadero significado.
Alabar según el diccionario, significa ensalzar, celebrar, elogiar, aclamar expresando también aprobación. El alabar, entonces significa que aceptamos, o que estamos de acuerdo con lo que aprobamos. De modo que, alabar a Dios por una situación difícil, una enfermedad o una desgracia significa literalmente que aceptamos o aprobamos lo que está ocurriendo como parte del plan de Dios para nuestra vida.
Realmente, no podemos alabar a Dios sin estar agradecidos por aquello por lo cual le estamos alabando. Y, realmente, no podemos estar agradecidos sin sentirnos gozosos por todo aquello por lo que le damos gracias. La alabanza, entonces, comprende la gratitud y el gozo. El mero hecho de que alabamos a Dios y no a un destino o azar desconocidos significa también que aceptamos el hecho de que Dios es responsable de lo que sucede. De otro modo, no tendría objeto darle gracias
"Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús" (1 Tesalonicenses 5; 16-18).
He encontrado muchas personas que alaban a Dios por sus circunstancias, simplemente porque aceptan la palabra de la Biblia que enseña a alabar a Dios por cada cosa. Alabando a Dios, experimentan pronto el resultado de una actitud de constante gratitud y gozo, y, a su vez, su fe es fortalecida y pueden continuar viviendo de este modo.
Otras personas lo encuentran algo más difícil "Yo no comprendo", dicen. "Trato de alabar a Dios, pero, ¡me es tan difícil el creer que él haya en realidad permitido que me sucedieran cosas tan terribles últimamente!"
Decimos que no comprendemos, y aún algunos de nosotros dudamos; nuestro entendimiento se vuelve tropezadero en nuestra relación con Dios. Pero Dios tiene un plan perfecto para nuestro entendimiento, y si lo seguimos de la forma que él quiere, no es un tropezadero, sino una ayuda maravillosa para nuestra fe.
"Porque Dios es el Rey de toda la tierra" dice el salmista. "Cantad alabanzas con inteligencia " (Salmo 47:7. Versión Amplificada.)
No se trata de forzar nuestro entendimiento fuera de lugar, y decir: "No lo comprendo, pero alabaré a Dios aunque me resulte difícil, si ése es el único modo de salir del atolladero." Esto no es alabar, sino manipular. Todos hemos tratado, en una u otra ocasión, de manejar a Dios, y es maravilloso saber que él nos ama demasiado para abandonarnos. Hemos de alabar a Dios con entendimiento, y no a pesar de ello.
Nuestro entendimiento nos lleva a confusión cuando tratamos de querer comprender por qué y el cómo permite Dios ciertas circunstancias en nuestra vida. Nunca podremos comprender el Porqué y el cómo hace Dios algunas cosas, pero él quiere que aceptemos con nuestro entendimiento que él las hace. Esta es la base para nuestra alabanza. Dios quiere que comprendamos que él nos ama y que tiene un plan para nosotros. "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
¿Estamos ahora rodeados de circunstancias difíciles? ¿Hemos estado luchando por entender por qué se nos han venido encima? Entonces, intentemos aceptar con nuestro entendimiento que Dios nos ama y que ha permitido esas circunstancias porque sabe que son buenas para nosotros. Alabémosle por lo que él ha puesto en nuestras vidas; hagámoslo deliberadamente y con nuestro entendimiento.
Un matrimonio me oyó hablar sobre la alabanza a Dios por todas las cosas y se fue a su casa totalmente turbado. Durante muchos meses habían sufrido a causa del estado físico de su hija, a la que habían tenido que internar en una institución para alienados y el diagnóstico había sido que su enfermedad era incurable. Se pidió a diferentes grupos de oración que intercedieran por ella y diariamente los padres oraban de rodillas, a fin de que su hija fuera sanada. Pero su condición seguía invariable. Su actitud inicial al reto de que habían de alabar a Dios por el estado de su hija les dejó aturdidos y tristes. —Sería una blasfemia —dijo la esposa— dar gracias a Dios por algo tan obviamente malo. Si le damos gracias, ¿no significa esto que le acusamos de haber hecho el daño deliberadamente a nuestra hija? Esto no me cabe en la mente en relación a un Dios de amor. — No parece razonable —confirmó el marido—. Pero, ¿qué sucedería si aquel orador tuviese razón?
La mujer miró desesperanzada a su esposo. -No lo sé —dijo ella.
- Nada tenemos que perder, ¿no es así? – manifestó el marido, que seguía pensativo. Podemos intentarlo —continuó diciendo.
Se arrodillaron juntos.
"Amado Señor", comenzó diciendo el marido sabemos que tú nos amas y que amas a nuestra hija aún más que nosotros. Ayúdanos a confiar en que tú estás obrando en su vida lo que sabes es mejor para ella; de modo que te damos las gracias por su enfermedad, gracias purgue ella está en el hospital, gracias por los médicos que no han hallado un remedio para ayudarla. Te alabamos, ¡OH Dios!, por tu sabiduría y amor para con nosotros."
Cuanto más oraban aquel día, tanto más se convencían de que Dios hacia lo que era mejor.
Al día siguiente, les llamó por teléfono el psiquiatra del hospital. -Señor -dijo- ha habido un cambio notable en su hija, y yo le ruego que venga y la vea. Después de dos semanas, salía del hospital, curada. Un año más tarde, vino a verme un joven después del culto. Se presentó como el hermano de dicha Joven, y me manifestó que ella se había casado, que estaba esperando un niño, y que era la muchacha más feliz del mundo".
Una madre vino en cierta ocasión a visitarme y quería que orase por su hija que era una bailarina en un club nocturno. Le contesté que oraría gustosamente a su favor y que daría gracias a Dios por la situación de su hija. La madre al decirle esto, me miró horrorizada.
—No me diga —me respondió— que puede dar gracias a Dios porque mi hija se burle de la religión y se mofe de la decencia. Antes daría gracias al demonio por su miseria, pero no a un Dios de amor.
La madre tenía que enfrentarse con una elección difícil. Toda su vida había sabido dar gracias a Dios en todas las cosas y condenar al diablo por todo lo malo. Juntos buscamos en las páginas de mí Biblia los versículos que hablan de que Dios es poderoso para obrar todas las cosas para bien de los que le aman y confían en él, y que espera de nosotros la gratitud en todas las cosas, sin mirar lo malo de nuestra situación.
—Usted puede seguir pensando que la situación de su hija está controlada por el demonio, y por su falta de fe el poder supremo de Dios está limitado en la realización de su plan perfecto en favor de su hija, o puede usted creer que Dios está obrando, darle gracias por todas las cosas y, por lo tanto, dejar que su poder obre en la vida de su hija.
Finalmente, la madre acordó intentarlo.
—No comprendo por qué tenga que ser de esta manera —dijo ella—, pero quiero confiar que Dios sabe lo que está haciendo y quiero darle las gracias por ello.
Oramos juntos y la madre se fue con una paz renovada en su corazón acerca de toda la situación. —Por primera vez —me dijo radiante— no estoy preocupada por mi hija.
Más adelante me contó lo que había sucedido ese mismo día.
Aquella noche, su hija estaba bailando casi desnuda en su pequeño escenario, cuando entró un joven en el club nocturno. Fue directamente hacia ella, la miró fijamente, y le dijo: —Jesús la ama. Esta muchacha estaba acostumbrada a escuchar toda clase de observaciones de jóvenes, pero nunca había oído algo semejante. Se bajó del escenario, y se sentó al lado del joven, y le preguntó: —¿Por qué me ha dicho usted eso? Él le explicó que estaba paseando por la calle cuando se sintió impulsado por Dios a entrar en ese club nocturno y decir a la bailarina que estuviese bailando que Jesucristo le ofrecía gratuitamente la vida eterna.
Aturdida, la joven le miró fijamente; luego sus ojos se llenaron de lágrimas, y dijo serenamente; —Me gustaría recibir ese don. Y allí mismo lo recibió, sentada a la mesa de ese club nocturno.
Alabar a Dios no es una medicina exclusiva, un cúralo todo, o una fórmula mágica para obtener el éxito. Es un modo de vida que está respaldado por la Palabra de Dios. Alabamos a Dios no por el resultado esperado, sino por la situación tal y como es.
En tanto que alabamos a Dios, mirando de reojo, en secreto, al resultado deseado, estamos engañándonos a nosotros mismos y podemos estar seguros de que nada ocurrirá que nos cambie o que cambie nuestra situación.
La alabanza está basada en una aceptación, total y gozosa de lo presente como parte de la voluntad perfecta y amorosa de Dios para nosotros. La alabanza no está, basada en lo que pensamos o esperamos que acontezca en el futuro. Es una "ley" absoluta, que claramente puede observarse en la práctica de la alabanza.
Alabamos a Dios, no por lo que esperamos que ocurra en nosotros o a nuestro alrededor, sino que le alabamos por lo que él es y por el lugar y la forma en que nos encontramos ahora mismo.
Es, por supuesto, un hecho, que cuando alabamos honestamente a Dios, algo ocurrirá como resultado. Su poder fluye obviamente en la situación y observaremos, tarde o temprano, un cambio en nosotros o alrededor de nosotros. El cambio puede consistir en que experimentemos un verdadero gozo y una verdadera felicidad en medio de lo que antes se nos aparecía como una situación miserable, o que haya un cambio de la situación. Pero esto ha de ser un resultado de la Alabanza, y no debe ser el motivo de la alabanza.
No alabamos a Dios por el interés. No decimos; "Te alabaré a fin de que puedas bendecidme, oh Señor” Alabar a Dios es deleitarnos en él, y el salmista escribió: "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón" (Salmo 37:4).
Nótese el orden de importancia. No hacemos una lista de los deseos de nuestro corazón, y luego nos deleitamos en el Señor a fin de conseguirlos. Primeramente, hemos de deleitarnos, y una vez que, realmente, experimentemos este deleite de la comunión con Dios, descubriremos que todas las demás cosas son secundarias—También, es verdad que Dios quiere darnos todo lo que nuestro corazón anhela. Nada menos que esto es su deseo y su plan para nosotros.
¡Si tan sólo pudiésemos aprender a deleitarnos en el Señor en todas las cosas!
Un matrimonio cristiano tenía dos hijos. Uno era su orgullo y su gozo, pues vivía con los padres y participaba de su ardorosa fe cristiana.
Una vez cuando estaba comiendo en casa con ellos me dijeron confidencialmente que el otro hijo mayor era un rebelde y se había marchado de casa. Se había graduado con matrículas de honor, pero había dado la espalda a sus padres y a la sociedad. Ahora iba vagabundeando como un "hippie", sin aparente objetivo en la vida.
Los pobres padres me preguntaron si tenía un consejo para ellos. Les contesté que yo creía que Dios les había dado ese hijo y que estaba contestando sus oraciones en favor de su salvación.
—Si sus oraciones son sinceras —dije— entonces pueden ustedes estar seguros de que esta vida que lleva es la que Dios cree que le conviene a él y a ustedes. —Entiendo —dijo el padre—. Nosotros deseamos lo mejor para nuestro hijo, y eso debe ser lo que Dios quiere para él y para nosotros. Nos pusimos a orar juntos alrededor de la mesa y dimos gracias a Dios por llevar a cabo el plan que tiene a nuestro favor de la manera que a él le parece mejor. A continuación, los padres experimentaron un gran alivio y una paz renovada.
Después de algún tiempo, me escribieron. Desde nuestra reunión en su casa, los padres persistieron en dar gracias a Dios por la situación en la que se encontraba su hijo, aunque ellos la hallasen difícil de comprender. Entonces, un día, su hijo tuvo un accidente andando en la bicicleta, y se hizo una herida dolorosa en un pie. Cojo temporalmente, decidió volver a su casa por algún tiempo. Informó a sus padres que había dejado cuentas impagas por doquiera había ido. Los padres oraron acerca de ello y decidieron que si Dios realmente estaba obrando con respecto a su hijo en todo lo que le sucedía, él también había permitido las deudas. De modo que dieron gracias a Dios por ello y pagaron todas las deudas, hasta el último centavo.
El muchacho estaba atónito. Él había pensado que iba a ser reprendido y que se le iba a decir que asumiera sus propias obligaciones. En lugar de eso, sus padres estaban tranquilos, llenos de amor, y parecían aceptar su modo de vestirse y de llevar desordenadamente sus cabellos, sin la menor murmuración o queja.
Cierta noche varios jóvenes cristianos vinieron a visitar al hijo menor. El hermano mayor estaba irritado por la intrusión, pero su pie inválido le impidió marcharse de la casa. Los jóvenes cristianos le contaron entusiasmados lo que Jesucristo había hecho y estaba haciendo en sus vidas.
Al principio, el hermano mayor criticó severamente lo que él llamaba un proceder ingenioso e irreal, pero después de algún tiempo se quedó atento, escuchando y haciendo preguntas escudriñadoras. Aquella noche aceptó al Señor Jesucristo como su Salvador.
Sus padres me escribieron gozosos acerca del cambio drástico que había experimentado su hijo. El decidió seguir a Jesucristo y servirle. Empezó a estudiar la Biblia con todo interés y pocos días después pidió, y recibió, el bautismo del Santo Espíritu, la experiencia que habían recibido los discípulos de Jesús el día de Pentecostés después de la muerte y resurrección de Cristo. Algunos días después, este muchacho conoció a una joven cristiana y, luego de unas semanas, se comprometió con ella para casarse más tarde.
Meses de oraciones ansiosas no llevaron a cabo un cambio en este joven. Sólo cuando los padres se volvieron a Dios aceptando gozosamente la presente situación en cuanto a la vida de su hijo, la puerta se abrió para que Dios completara su plan perfecto para todos.
Dios tiene un plan perfecto para su vida y la mía. Quizá miremos las circunstancias que nos rodean y pensamos que nos hemos quedado para siempre inmóviles en un lugar doloroso. Cuanto más pedimos y clamamos a Dios que nos ayude, entonces más parecen amontonarse las circunstancias. El punto culminante no puede llegar hasta tanto no empecemos a alabar a Dios por nuestra situación en lugar de clamar a Dios para que nos la quite.
Una mujer joven me escribió diciéndome cómo había llegado al límite de su paciencia. Ciertas circunstancias personales difíciles le habían llevado a perder su propio respeto, empezando a descuidar su aspecto exterior.
—Comer era mí escapatoria —me escribía—, y pronto fueron añadiéndose kilos a mi figura-
Mi esposo empezó a mirar a otras mujeres, y un buen día se marchó, pidiéndome luego el divorcio.
Las cuentas empezaron a acumularse, los nervios se le fueron alterando y el pensamiento de suicidio se le presentaba cada día en forma más frecuente.
“Todo este tiempo oraba incesantemente”, escribió más tarde. "Leía mi Biblia, iba a la iglesia siempre que estaban abiertas sus puertas y a cada persona conocida le pedía que orase por mí.
Mis amigos creyentes me animaban para que no perdiera la fe, para que no me dejase abatir; las cosas irían mejor mañana. Pero todo fue de mal en peor. Entonces, alguien me dio el libro "El secreto del poder espiritual". Lo leí y, al principio, no podía creer que usted fuese un hombre serio. Nadie, con mente sana, podía esperar que estuviese agradecida por todo lo que me estaba ocurriendo, precisamente en ese entonces.
Pero cuanto más leía el libro, más clamaba. Poco a poco se fue haciendo más claro en mi mente que lo que usted escribía era real. Aquellos versículos de las Escrituras acerca de dar las gracias a Dios por todas las cosas los había leído en mi Biblia muchísimas veces y nunca había comprendido realmente su significado."
Ella decidió intentar dar gracias por todas las cosas. Después de todo, ¿qué podía perder?
Empezó a aumentar de peso tan rápidamente que sabía que podría sufrir un ataque al corazón en cualquier momento. Con un ligero vislumbre de esperanza se arrodilló en su habitación para orar.
“Dios, te doy gracias porque mi vida es como es- Cada problema que tengo ha sido un don tuyo para llevarme al lugar en que ahora estoy. No habrías permitido cualquiera de estas cosas sí no hubieses sabido que era lo mejor para mí. ¡Oh Dios, verdaderamente me amas! Yo lo pienso así, Dios mío, yo sé que tú me amas." En ese momento su oración fue interrumpida por el perro que ladraba al cartero. Cada día el perro saludaba a todo visitante de su casa con intensos ladridos. Esto era una de las muchas cosas insignificantes que la irritaban y que parecían amontonarse para hacerle el día insoportable. Cuando se levantó y fue hacia la puerta para hacer callar al perro, con su acostumbrado autoritario tono, ella recordó de repente: "Yo me he propuesto dar las gracias por todo." "Es cierto, Dios mío, te doy gracias por los ladridos del perro."
El cartero le llevaba una carta y ella miró extrañada la letra familiar del sobre. ¡No podía ser! ¡ Nada había sabido de su marido desde hacía varios meses! Dios no podía haberle cambiado tan rápidamente. Con mano temblorosa, abrió la carta y la leyó, "Si aún estás dispuesta, podría haber un medio para arreglar nuestro problema,"
La sincronización de Dios había sido perfecta. Llena de gozo, esta joven esposa estaba ahora dispuesta a creer que Dios estaba, ciertamente, obrando en su vida para bien. Se dispuso a perder peso como la mantequilla se derrite en un plato caliente. Sus amigos empezaron a comentar: "Te ves muy bien. ¿Qué te ha ocurrido? ¡No pareces la misma persona!". ¿La misma? Sí y no. Era el mismo ser físico, pero ahora vivía en una nueva dimensión de fe, sabiendo que Dios obraba para bien en cada detalle de su vida. El marido volvió y se reunieron nuevamente. Ella me escribió más tarde: "Algunas mañanas me despierto con el pensamiento de gratitud hacia Dios diciendo cosas como ésta; "Oh Dios, gracias por este hermoso día. Te amo."
El punto culminante en su vida llegó al empezar a aceptar sus circunstancias presentes con gratitud. Esta es una perfecta ilustración del principió espiritual en acción.
Dios tiene un perfecto plan para nuestras vidas, pero no nos puede impulsar a dar el próximo paso de su plan hasta que aceptemos gozosamente nuestra situación presente como parte de ese plan. Lo que haya de ocurrir después, es cosa de Dios, no nuestra.
A algunas personas les gustaría negar este hecho. Miran la transformación operada en las vidas de las personas que han aprendido a alabar a Dios por cada cosa e insisten en que la explicación sea algo sencillo.
"Un cambio de actitud lleva consigo circunstancias distintas", dicen. "Es simplemente algo psicológico. Sí dejamos de quejarnos, y empezamos a reír, nos sentimos diferentes, otras personas nos tratan de modo distinto, y toda nuestra vida puede experimentar un cambio dramático para bien."
Estoy de acuerdo que este lema: "Ríe, y el mundo reirá contigo; llora, y llorarás solo", es una advertencia razonable, hasta un cierto punto, Pero alabar a Dios es algo más que un cambio en nuestra propia actitud.
No hay poder en nuestras palabras de alabanza como tales. No hay poder en nuestra actitud de gratitud y gozo. Todo el poder en la situación viene de Dios. Necesitamos, de forma frecuente, recordarnos a nosotros mismos este hecho. Es fácil caer en la tentación de pensar que nosotros tenemos el poder de manipular o modificar una situación simplemente al recitar una cierta forma de oración.
Cuando aceptamos sinceramente nuestra situación y le damos las gracias a Dios, creyendo que él la ha originado, luego interviene en esa situación, una fuerza divina y sobrenatural que proporcionará cambios inexplicables en lo natural.
Cuando prestaba servicios como capellán en Fort Benning, Georgia, un joven soldado trajo a su esposa a mi despacho para que la ayudara. Ella padecía unos dolores fortísimos en la espalda, a causa del uso de drogas, y el médico no había podido recetarle una cura. El temor y los sufrimientos habían dejado surcos profundos en su hermoso rostro. —No puedo dormir —decía—. Ni siguiera puedo cerrar los ojos durante un minuto sin ver animales horribles corriendo hacia mí.
Su esposo me explicó que, cuando su mujer caía dormida de puro agotamiento, casi enseguida empezaba a gritar. —Trato de moverla, para que despierte, pero algunas veces tarda diez minutos, hasta que le vuelve el conocimiento, y durante todo el tiempo grita tan angustiosamente que me lleva a mí hasta la desesperación — dijo el marido.
Yo escuché la trágica historia, y dije: —Tengo sólo una sugerencia. Arrodíllense conmigo y demos gracias a Dios de que usted está tal como está. Los dos me miraron extrañados como si estuviesen seguros de que no había pensado lo que había dicho. Cuidadosamente expliqué como había aprendido que Dios quiere que le demos las gracias por todas las cosas. —Todas las cosas que han sucedido en sus vidas han contribuido a llevarles a este punto preciso —dije—. Yo creo que Dios les ama y va a hacer algo muy maravilloso con ustedes. Ahora, él desea que le den las gracias por todo aquello que ha contribuido a que se acerquen a él. Hojeé mi Biblia y, entonces, les mostré los versículos que tenía subrayados. Los dos aceptaron lo que había oído y se arrodillaron para dar gracias a Dios por todas las cosas en sus vidas, particularmente por los dolores que ella padecía a causa de las drogas.
Yo pude sentir la presencia de Dios en la habitación. —El Espíritu Santo está mostrando que la está sanando ahora mismo —dije.
Puse mi mano sobre la cabeza de la señora y oré: "Gracias, Señor, por sanar a esta joven ahora mismo."
Ella abrió los ojos, y me miró extrañada. —Algo me ha ocurrido. Cuando cerré los ojos para orar no veía nada.
—El Señor Jesucristo la ha sanado —respondí—, y ahora él quiere entrar en su corazón como su Salvador. ¿Quiere usted aceptarle?
Los dos, la joven y su marido, contestaron inmediatamente: "¡Sí!" Y, permaneciendo de rodillas, pidieron al Señor Jesús que entrase en sus vidas. Luego, salieron de mi despacho llenos de gozo.
La curación de la joven fue permanente. Nunca más sufrió alucinaciones. El poder de la droga sobre su mente fue vencido por el poder de Dios.
Las autoridades médicas reconocen su imposibilidad de tratar a los drogadictos que han vivido años esclavizados por las drogas. Sin embargo, en años recientes hemos oído, y cada vez con mayor frecuencia, que adictos a las drogas han sido curados después de diez, veinte o treinta años de estar fuertemente dominados por ellas. Han sido liberados por la intervención sobrenatural de Dios en sus vidas.
Esta clase de cambio no puede operarse por una actitud nueva o un determinado esfuerzo de voluntad. Es el poder de Dios obrando en las vidas humanas.
Cualquier forma de oración sincera abre las puertas al poder de Dios para entrar en nuestra vida. Pero la oración de alabanza pone en acción el poder de Dios más que cualquiera otra forma de petición. La Biblia nos da ejemplos que nos demuestran, una y otra vez, este hecho. "Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel", leemos en el Salmo 22:3.
No debería extrañarnos que el poder y la presencia de Dios estén cerca cuando le alabamos. ¡El mora, reside, vive en nuestras alabanzas! Un ejemplo notable de cómo Dios obra mientras le alabamos se encuentra en 2 Crónicas :20: Josafat era rey de Judá y un día descubrió que su pequeño reino estaba rodeado de enemigos poderosos, los moabitas y los amonitas. Josafat sabía que la pequeña nación de Judá no podía luchar con su propio poder y clamó a Dios: "Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros, no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos" (2 Crónicas 20:12).
Un importante paso en el hecho de alabar a Dios es apartar nuestros ojos de las circunstancias que nos amenazan y, en su lugar, mirar a Dios. Observemos que Josafat no estaba cerrando sus ojos para no ver lo que amenazaba a su reino, o pretendiendo que los enemigos no estuvieran allí. El hizo un examen cuidadoso de la situación, reconoció su propia impotencia, y se tornó a Dios buscando ayuda.
No tenemos que ser ciegos a las amenazas reales del mal en nuestras vidas. Comprendiendo lo que son, nos proporcionan un mayor motivo de alabanza y gratitud a Dios por ejercer sobre ellas perfecto control y autoridad. Pero no hemos de estar preocupados con la apariencia del mal que se halla a nuestro alrededor. Mirémoslo, reconozcamos nuestra impotencia para luchar con nuestras propias fuerzas en contra de ello, y entonces, volvámonos a Dios.
Dios dijo a Josafat: "No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios" (2' Crónicas 20:15). Esta es, creo yo, una declaración tremenda. Puesto que no tenemos el poder para luchar contra las circunstancias que nos rodean, es evidente que la batalla no es nuestra, sino de Dios.
"No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros" (2 Crónicas 20:17).
¡Qué promesa! ¿Cuál era la posición que esperaba Dios de Josafat mientras tenía que estar quieto y esperar que Dios actuara? Al día siguiente, Josafat dio órdenes a su ejército. "Puso a algunos que cantasen y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: Glorificad a Jehová, porque su misericordia es para siempre" (2 Crónicas 20:21).
La escena tuvo lugar justamente enfrente de las filas de los ejércitos enemigos dispuestos a matar a los hombres de Judá. ¿Podemos imaginarnos la reacción de sus capitanes cuando vieran al pequeño grupo de cantores acercándose al campo de batalla en contra de ellos?
He sido capellán en el ejército durante muchos años, y he visto a hombres preparados para muchas batallas. Pero jamás he visto un general dando orden a sus tropas de quedarse quietas en frente de las líneas enemigas mientras una banda de cantores marchaban delante cantando alabanzas al Señor. Parece una idea singular, ¿no es así? Es en esta situación cuando nuestro entendimiento se resiste. "Está muy bien alabar a Dios cuando estamos en una situación difícil", podríamos decir, "pero no seamos ridículos. Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos. Lo menos que podemos hacer es luchar lo más valientemente que podamos. Recién entonces dejaremos el resto en las manos de Dios."
Pero, ¿qué les ocurrió a Josafat y a sus hombres? "Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros... y... cada cual ayudó a la destrucción de su compañero" (2 Crónicas 20:22, 23).
Yo creo que es admisible pensar que sí Josafat hubiera decidido "tomar sus precauciones" y hubiese ordenado a sus hombres que luchasen, el resultado habría sido muy diferente.
Muchos de nosotros estamos constantemente derrotados por las circunstancias que nos rodean, porque no estamos dispuestos a aceptar que la lucha es de Dios y no nuestra. Aun cuando admitimos nuestra propia impotencia para enfrentarnos con el enemigo, tenemos que dejar y confiar todo al poder de Dios, Es entonces cuando permitimos a nuestro propio entendimiento asumir la posición equivocada en nuestra vida. Decimos:
"No comprendo; por lo tanto, no me atrevo a creer."
La Palabra de Dios nos muestra claramente que el único camino para salir de este dilema es andar en fe. El creer que las promesas de Dios son válidas, el aceptarlas y el tener el valor para confiar en ellas, nos conducirá al entendimiento.
El principio de la Biblia es muy claro: la aceptación es antes de la comprensión.
La razón para ello es sencilla. Nuestro entendimiento humano es tan limitado que no podemos captar la magnitud de los propósitos y del plan de Dios para su creación. Si nuestro entendimiento hubiese de ir antes de la aceptación, no podríamos aceptar muchas cosas. Josafat nunca hubiese tenido el valor de seguir el Plan de Dios para la batalla, si hubiese insistido en comprenderlo primero. Los propósitos y las promesas de Dios asombraban, indudablemente, su entendimiento; pero Josafat, leemos en el relato, era un hombre que creía y confiaba en Dios. Con su entendimiento él se fiaba totalmente de Dios.
Josué fue otro líder que recibió de Dios órdenes de lucha, que deben haber asombrado su entendimiento y puesto en reto su voluntad para aceptar lo que debió parecer absurdo a muchos que le observaban.
Todos hemos cantado, en una u otra ocasión: "Josué libró la batalla de Jericó, y los muros se derrumbaron."
La ciudad de Jericó estaba sólidamente edificada, y los israelitas que habían caminado durante cuarenta años por el desierto, no tenían, ciertamente, ni las armas ni el poder para conquistar la ciudad. Pero Josué creyó en Dios cuando él prometió entregar a los enemigos de Israel en sus manos. Dios dijo a Josué que cercase Jericó durante seis días. Al séptimo tenían que hacer tocar las trompetas. "Y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante" (Josué 6:5).
Josué confió en Dios, pero me pregunto lo que habríamos pensado nosotros, si hubiésemos estado entre sus seguidores. ¿No hubiéramos murmurado y nos habríamos rebelado contra sus temerarias sugerencias? Me pregunto lo que pensarían los habitantes de Jericó cuando estaban sobre los muros fuertemente fortificados y observaban a los israelitas cómo marchaban alrededor de la ciudad, llevando con ellos el arca del pacto.
Antes, pensaba que la historia de Josué y la batalla de Jericó era una mezcla de mito, exageración y una bonita fábula. Pero los arqueólogos que han estudiado las ruinas de la antigua Jericó en años recientes han encontrado una amplia evidencia de que los muros de la ciudad cayeron en el tiempo histórico que corresponde a la narración bíblica. Los muros de Jericó se desplomaron.
El poder de Dios estaba obrando mientras que su pueblo mostraba su confianza al alabarle con trompetas y aclamaciones. Los ejemplos de Josafat y de Josué demuestran claramente que Dios gana nuestras victorias por medios sencillos y mediante principios que, aparentemente, son contradictorios, para nuestra sabiduría y estrategia humanas.
Se nos pide que confiemos en él, que le alabemos y que dejemos que él actúe. Esto es, esencialmente, la forma en que actuaba Jesucristo durante el tiempo de su ministerio en Israel.
Abiertamente, él admitía que de sí mismo nada podía hacer. Se sometía a la voluntad de su Padre en perfecta obediencia, en confianza, y en fe, a fin de que el poder de Dios pudiera alcanzar las necesidades del pueblo.
Veamos algunas oraciones de Jesús relacionadas con problemas difíciles. Por ejemplo, el caso de los 5.000 que le habían seguido fuera de la ciudad para oírle predicar. Estaban hambrientos. Lo único de que disponía Jesús era la comida de un muchacho: cinco panes y dos pececillos.
¿Cómo oró Jesús? ¿Intercedió él con Dios para que realizase un milagro? "Mirando al cielo, dio gracias y partió los panes, dándolos a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. Repartió también los dos pescados entre todos. Todos comieron y quedaron satisfechos; y después llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron del pan y de los pescados" (Marcos 6:41-43, V.P.).
Algunos de nosotros podemos pensar: “¡Pero se trataba de Jesús, y él sabía lo que Dios podía hacer! ¡Este no tiene validez para nosotros!
Mas Jesús dijo a los que le seguían: "En verdad les digo, que el que cree en mí, hará también las cosas que yo hago, y cosas todavía más grandes. Porque yo me voy a donde está el Padre Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré. Para que el Hijo muestre la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre" (Juan 14:12-14, V.p.).
Jesús dijo que podemos hacer mayores cosas. Significa esto que Dios pueda tener un plan con respecto al hambre en el mundo y que predicen los expertos en agricultura y otros técnicos de nuestros días referente a una reducción de la alimentación?
Yo así lo creo. Yo sé de muchos ejemplos cuando el pueblo creyó lo que dijo Dios, le dio gracias y le alabo por una comida escasa, la cual fue aumentada por el Señor para alimentar a muchos más de los que se habla pensado
Cuando Jesús tuvo que enfrentarse con la muerte de Lázaro, oro una sencilla oración de acción de gracias. Cuando fue quitada la piedra de la tumba donde Lázaro llevaba ya enterrado cuatro días Jesús levantó los ojos y dijo: "Padre gracias te doy por haberme oído" (Juan 11:41) Luego ordeno a Lázaro que saliese fuera. Y el hombre que estaba ya cuatro días muerto, salió fuera.
La Biblia dice que Jesús vino al mundo para que pudiésemos alabar a Dios. Isaías el profeta predijo la venida de Jesús diciendo que el vendría para "predicar buenas nuevas a los abatidos a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado" (Isaías 61:1-3).
Lector amigo, fácilmente podrá reconocer su propia condición en esa lista. ¿Está quebrantado de corazón? ¿Confinado por limitaciones físicas, enfermedades, limitaciones espirituales? ¿En cautividad física o en prisión por su propia ceguera espiritual? ¿Está de duelo? ¿Incapaz de regocijarse, de estar agradecido a Dios, de alabarle? ¿Está su espíritu pesadamente agobiado, o siente frustración?
Tal vez sea porque no ha aceptado y comprendido plenamente las buenas nuevas que Jesús vino a traer.
La alabanza es una respuesta activa a lo que sabemos que Dios ha hecho y está haciendo en nuestras vidas en este mundo por medio de su Hijo Jesucristo y la persona del Espíritu Santo.

Si dudamos en nuestro interior de lo que Dios ha hecho y está haciendo, no podemos alabarle de todo corazón. La incertidumbre acerca de las buenas nuevas será siempre una barrera para alabarle. Si queremos estar dispuestos a alabar a Dios en todas las cosas, necesitamos estar seguros de que nuestro fundamento es sólido y sin grietas producidas por las dudas o la incertidumbre.

Para los que están interesados en este tema del "El poder de la alabanza", pueden bajar el libro en pdf aquí.



Hugo, con nuestra amiga Daniela, lectora de nuestros correos semanales y de la revista Conéctate.

¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
Teléfonos: (506) 88539162

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