“El Poder de la Alabanza” le proporciona al lector
una manera extraordinaria de afrontar circunstancias que parecen no tener
salida. El capellán, Merlin R. Carrothers, ingresó al ejército en 1943 y prestó
servicios en la Segunda Guerra Mundial en Francia, Alemania y Bélgica. Asistió
a la Universidad Marion (Indiana) y al Seminario Asbury (Kentucky) para asumir
el pastorado en una iglesia metodista en Clypool (Indiana) Se retiró del ejército
en 1971 como Capellán Teniente Coronel.
En este libro se narra cómo la dinámica espiritual
de la alabanza revoluciona vidas. Alabar según el diccionario, significa
ensalzar, celebrar, elogiar, aclamar expresando también aprobación. El alabar,
entonces significa que aceptemos, o que estamos de acuerdo con lo que
aprobamos. De modo que, alabar a Dios por una situación difícil, una enfermedad
o una desgracia, significa literalmente que aceptamos o aprobamos lo que está
ocurriendo como parte del plan de Dios para nuestra vida.
INTRODUCCIÓN
Durante treinta
años el padre de Jim había sido alcohólico. Todos aquellos años, la madre de
Jim y, más tarde, Jim y su joven esposa, rogaron a Dios que le sanara, pero sin
resultado aparente. El padre de Jim no quería admitir que tuviera un problema
con el alcohol y se ponía furioso sí alguien le mencionaba algo sobre religión.
Un día, Jim me
oyó decir algo sobre el poder que se experimenta cuando empezamos a alabar a Dios
por cada cosa en nuestra vida, en lugar de interceder para que cambie las
circunstancias que nos son dolorosas.
Jim puso la
cinta magnetofónica de esta reunión una y otra vez para que la oyesen sus
amigos. Pero un día se dio cuenta de que el mismo nunca había intentado dar
gracias a Dios por la condición de su padre. Enseguida fue a buscar a sus
esposa para hacerle partícipe de este pensamiento. —¡Querida —le dijo— demos
gracias a Dios porque él ha permitido que nuestro padre tenga esta tentación
con el alcoholismo y alabémosle porque ello es parte de su plan maravilloso
para su vida!
Durante el resto
de aquel día dieron gracias y alabaron a Dios por cada aspecto de esta
situación y, al anochecer, sintieron una emoción y una expectación nuevas.
Al día siguiente,
los padres fueron a comer a casa del hijo como tenían la costumbre de hacer
todos los domingos. De ordinario, el padre de Jim se quedaba el menor tiempo
posible después de la comida, marchándose enseguida Pero esta vez, de repente,
y mientras tomaba una taza de café, hizo una pregunta muy significativa: Qué
piensan en cuanto a este movimiento denominado Revolución de Jesús? — preguntó dirigiéndose
a Jim—. He leído algo acerca del mismo en el diario la otra noche. ¡Se trata
sólo de una novedad o es algo real que experimentan esos muchachos que estaban
drogados? La pregunta llevó a una larga discusión acerca del cristianismo, y el
matrimonio mayor no se marchó hasta bien entrada la noche. Después de algunas semanas, el padre de Jim
reconoció su problema respecto de la bebida, se volvió a Jesucristo y fue completamente
curado Ahora, él se une al resto de la familia para contar a otros lo que puede
resultar de la alabanza a Dios.
—Date cuenta —le
dijo Jim a su esposa—.Durante treinta años le pedimos a Dios que cambiara a mi
padre. Sólo durante un día le alabamos por su sabiduría de hacernos vivir con este
problema, y mira lo que ha ocurrido. Muchos de nosotros usamos las frases
"¡Alabado sea Dios!", y "¡Gracias a Dios!", con tanta
soltura, que llegan a perder su verdadero significado.
Alabar según el
diccionario, significa ensalzar, celebrar, elogiar, aclamar expresando también
aprobación. El alabar, entonces significa que aceptamos, o que
estamos de acuerdo con lo que aprobamos. De modo que, alabar
a Dios por una situación difícil, una enfermedad o una desgracia significa
literalmente que aceptamos
o aprobamos lo que está ocurriendo como parte del
plan de Dios para nuestra vida.
Realmente, no
podemos alabar a Dios sin estar agradecidos por aquello por lo cual le estamos
alabando. Y, realmente, no podemos estar agradecidos sin sentirnos gozosos por
todo aquello por lo que le damos gracias. La alabanza, entonces, comprende la
gratitud y el gozo. El mero hecho de que alabamos a Dios y no a un destino o
azar desconocidos significa también que aceptamos el hecho de que Dios es
responsable de lo que sucede. De otro modo, no tendría objeto darle gracias
"Estad
siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque ésta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús" (1 Tesalonicenses 5;
16-18).
He encontrado
muchas personas que alaban a Dios por sus circunstancias, simplemente porque
aceptan la palabra de la Biblia que enseña a alabar a Dios por cada cosa.
Alabando a Dios, experimentan pronto el resultado de una actitud de constante
gratitud y gozo, y, a su vez, su fe es fortalecida y pueden continuar viviendo
de este modo.
Otras personas
lo encuentran algo más difícil "Yo no comprendo", dicen. "Trato
de alabar a Dios, pero, ¡me es tan difícil el creer que él haya en realidad
permitido que me sucedieran cosas tan terribles últimamente!"
Decimos que no
comprendemos, y aún algunos de nosotros dudamos; nuestro entendimiento se
vuelve tropezadero en nuestra relación con Dios. Pero Dios tiene un plan
perfecto para nuestro entendimiento, y si lo seguimos de la forma que él
quiere, no es un tropezadero, sino una ayuda maravillosa para nuestra fe.
"Porque
Dios es el Rey de toda la tierra" dice el salmista. "Cantad alabanzas
con inteligencia " (Salmo 47:7. Versión Amplificada.)
No se trata de
forzar nuestro entendimiento fuera de lugar, y decir: "No lo comprendo,
pero alabaré a Dios aunque me resulte difícil, si ése es el único modo de salir
del atolladero." Esto no es alabar, sino manipular. Todos hemos tratado,
en una u otra ocasión, de manejar a Dios, y es maravilloso saber que él nos ama
demasiado para abandonarnos. Hemos de alabar a Dios con entendimiento, y no a
pesar de ello.
Nuestro
entendimiento nos lleva a confusión cuando tratamos de querer comprender por
qué y el cómo permite Dios ciertas circunstancias en nuestra vida.
Nunca podremos comprender el Porqué y el cómo hace Dios algunas
cosas, pero él quiere que aceptemos con nuestro entendimiento que él las
hace. Esta es la base para nuestra alabanza. Dios quiere que
comprendamos que él nos ama y que tiene un plan para nosotros.
"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a
bien” (Romanos 8:28).
¿Estamos ahora
rodeados de circunstancias difíciles? ¿Hemos estado luchando por entender por
qué se nos han venido encima? Entonces, intentemos aceptar con nuestro entendimiento
que Dios nos ama y que ha permitido esas circunstancias porque sabe que son
buenas para nosotros. Alabémosle por lo que él ha puesto en nuestras vidas;
hagámoslo deliberadamente y con nuestro entendimiento.
Un matrimonio me
oyó hablar sobre la alabanza a Dios por todas las cosas y se fue a su casa
totalmente turbado. Durante muchos meses habían sufrido a causa del estado
físico de su hija, a la que habían tenido que internar en una institución para
alienados y el diagnóstico había sido que su enfermedad era incurable. Se pidió
a diferentes grupos de oración que intercedieran por ella y diariamente los padres
oraban de rodillas, a fin de que su hija fuera sanada. Pero su condición seguía
invariable. Su actitud inicial al reto de que habían de alabar a Dios por el
estado de su hija les dejó aturdidos y tristes. —Sería una blasfemia —dijo la
esposa— dar gracias a Dios por algo tan obviamente malo. Si le damos gracias,
¿no significa esto que le acusamos de haber hecho el daño deliberadamente a
nuestra hija? Esto no me cabe en la mente en relación a un Dios de amor. — No
parece razonable —confirmó el marido—. Pero, ¿qué sucedería si aquel orador
tuviese razón?
La mujer miró
desesperanzada a su esposo. -No lo sé —dijo ella.
- Nada tenemos
que perder, ¿no es así? – manifestó el marido, que seguía pensativo. Podemos
intentarlo —continuó diciendo.
Se arrodillaron
juntos.
"Amado
Señor", comenzó diciendo el marido sabemos que tú nos amas y que amas a
nuestra hija aún más que nosotros. Ayúdanos a confiar en que tú estás obrando
en su vida lo que sabes es mejor para ella; de modo que te damos las gracias
por su enfermedad, gracias purgue ella está en el hospital, gracias por los médicos
que no han hallado un remedio para ayudarla. Te alabamos, ¡OH Dios!, por tu
sabiduría y amor para con nosotros."
Cuanto más
oraban aquel día, tanto más se convencían de que Dios hacia lo que era mejor.
Al día
siguiente, les llamó por teléfono el psiquiatra del hospital. -Señor -dijo- ha
habido un cambio notable en su hija, y yo le ruego que venga y la vea. Después
de dos semanas, salía del hospital, curada. Un año más tarde, vino a verme un
joven después del culto. Se presentó como el hermano de dicha Joven, y me
manifestó que ella se había casado, que estaba esperando un niño, y que era la
muchacha más feliz del mundo".
Una madre vino
en cierta ocasión a visitarme y quería que orase por su hija que era una
bailarina en un club nocturno. Le contesté que oraría gustosamente a su favor y
que daría gracias a Dios por la situación de su hija. La madre al decirle esto,
me miró horrorizada.
—No me diga —me
respondió— que puede dar gracias a Dios porque mi hija se burle de la religión
y se mofe de la decencia. Antes daría gracias al demonio por su miseria, pero
no a un Dios de amor.
La madre tenía
que enfrentarse con una elección difícil. Toda su vida había sabido dar gracias
a Dios en todas las cosas y condenar al diablo por todo lo
malo. Juntos buscamos en las páginas de mí Biblia los versículos
que hablan de que Dios es poderoso para obrar todas las cosas para bien de los
que le aman y confían en él, y que espera de nosotros la gratitud
en todas las cosas, sin mirar lo malo de nuestra situación.
—Usted puede
seguir pensando que la situación de su hija está controlada por el demonio, y
por su falta de fe el poder supremo de Dios está limitado en la realización de
su plan perfecto en favor de su hija, o puede usted creer que Dios está obrando,
darle gracias por todas las cosas y, por lo tanto, dejar que su poder obre en la
vida de su hija.
Finalmente, la
madre acordó intentarlo.
—No comprendo
por qué tenga que ser de esta manera —dijo ella—, pero quiero confiar que Dios
sabe lo que está haciendo y quiero darle las gracias por ello.
Oramos juntos y
la madre se fue con una paz renovada en su corazón acerca de toda la situación.
—Por primera vez —me dijo radiante— no estoy preocupada por mi hija.
Más adelante me
contó lo que había sucedido ese mismo día.
Aquella noche,
su hija estaba bailando casi desnuda en su pequeño escenario, cuando entró un
joven en el club nocturno. Fue directamente hacia ella, la miró fijamente, y le
dijo: —Jesús la ama. Esta muchacha estaba acostumbrada a escuchar toda clase de
observaciones de jóvenes, pero nunca había oído algo semejante. Se bajó del
escenario, y se sentó al lado del joven, y le preguntó: —¿Por qué me ha dicho
usted eso? Él le explicó que estaba paseando por la calle cuando se sintió
impulsado por Dios a entrar en ese club nocturno y decir a la bailarina que
estuviese bailando que Jesucristo le ofrecía gratuitamente la vida eterna.
Aturdida, la
joven le miró fijamente; luego sus ojos se llenaron de lágrimas, y dijo
serenamente; —Me gustaría recibir ese don. Y allí mismo lo recibió, sentada a
la mesa de ese club nocturno.
Alabar a Dios no
es una medicina exclusiva, un cúralo todo, o una fórmula mágica para obtener el
éxito. Es un modo de vida que está respaldado por la Palabra de Dios. Alabamos
a Dios no por el resultado esperado, sino por la situación tal y como es.
En tanto que
alabamos a Dios, mirando de reojo, en secreto, al resultado deseado, estamos
engañándonos a nosotros mismos y podemos estar seguros de que nada ocurrirá que
nos cambie o que cambie nuestra situación.
La alabanza está
basada en una aceptación, total y gozosa de lo presente como parte de la
voluntad perfecta y amorosa de Dios para nosotros. La alabanza no está, basada
en lo que pensamos o esperamos que acontezca en el futuro. Es una
"ley" absoluta, que claramente puede observarse en la práctica de la alabanza.
Alabamos a Dios,
no por lo que esperamos que ocurra en nosotros o a nuestro alrededor, sino que
le alabamos por lo que él es y por el lugar y la forma en que nos encontramos
ahora mismo.
Es, por
supuesto, un hecho, que cuando alabamos honestamente a Dios, algo ocurrirá como
resultado. Su poder fluye obviamente en la situación y observaremos, tarde o
temprano, un cambio en nosotros o alrededor de nosotros. El cambio puede
consistir en que experimentemos un verdadero gozo y una verdadera felicidad en
medio de lo que antes se nos aparecía como una situación miserable, o que haya
un cambio de la situación. Pero esto ha de ser un resultado de la Alabanza, y
no debe ser el motivo de la alabanza.
No alabamos a
Dios por el interés. No decimos; "Te alabaré a fin de que puedas
bendecidme, oh Señor” Alabar a Dios es deleitarnos en él, y el salmista
escribió: "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones
de tu corazón" (Salmo 37:4).
Nótese el orden
de importancia. No hacemos una lista de los deseos de nuestro corazón, y luego
nos deleitamos en el Señor a fin de conseguirlos. Primeramente, hemos de
deleitarnos, y una vez que, realmente, experimentemos este deleite de la
comunión con Dios, descubriremos que todas las demás cosas son secundarias—También,
es verdad que Dios quiere darnos todo lo que nuestro corazón anhela. Nada menos
que esto es su deseo y su plan para nosotros.
¡Si tan sólo pudiésemos
aprender a deleitarnos en el Señor en todas las cosas!
Un matrimonio
cristiano tenía dos hijos. Uno era su orgullo y su gozo, pues vivía con los
padres y participaba de su ardorosa fe cristiana.
Una vez cuando
estaba comiendo en casa con ellos me dijeron confidencialmente que el otro hijo
mayor era un rebelde y se había marchado de casa. Se había graduado con matrículas
de honor, pero había dado la espalda a sus padres y a la sociedad. Ahora iba
vagabundeando como un "hippie", sin aparente objetivo en la vida.
Los pobres
padres me preguntaron si tenía un consejo para ellos. Les contesté que yo creía
que Dios les había dado ese hijo y que estaba contestando sus oraciones en
favor de su salvación.
—Si sus
oraciones son sinceras —dije— entonces pueden ustedes estar seguros de que esta
vida que lleva es la que Dios cree que le conviene a él y a ustedes. —Entiendo
—dijo el padre—. Nosotros deseamos lo mejor para nuestro hijo, y eso debe ser
lo que Dios quiere para él y para nosotros. Nos pusimos a orar juntos alrededor
de la mesa y dimos gracias a Dios por llevar a cabo el plan que tiene a nuestro
favor de la manera que a él le parece mejor. A continuación, los padres
experimentaron un gran alivio y una paz renovada.
Después de algún
tiempo, me escribieron. Desde nuestra reunión en su casa, los padres
persistieron en dar gracias a Dios por la situación en la que se encontraba su
hijo, aunque ellos la hallasen difícil de comprender. Entonces, un día, su hijo
tuvo un accidente andando en la bicicleta, y se hizo una herida dolorosa en un
pie. Cojo temporalmente, decidió volver a su casa por algún tiempo. Informó a
sus padres que había dejado cuentas impagas por doquiera había ido. Los padres
oraron acerca de ello y decidieron que si Dios realmente estaba obrando con
respecto a su hijo en todo lo que le sucedía, él también había permitido las
deudas. De modo que dieron gracias a Dios por ello y pagaron todas las deudas,
hasta el último centavo.
El muchacho
estaba atónito. Él había pensado que iba a ser reprendido y que se le iba a
decir que asumiera sus propias obligaciones. En lugar de eso, sus padres
estaban tranquilos, llenos de amor, y parecían aceptar su modo de vestirse y de
llevar desordenadamente sus cabellos, sin la menor murmuración o queja.
Cierta noche
varios jóvenes cristianos vinieron a visitar al hijo menor. El hermano mayor
estaba irritado por la intrusión, pero su pie inválido le impidió marcharse de
la casa. Los jóvenes cristianos le contaron entusiasmados lo que Jesucristo
había hecho y estaba haciendo en sus vidas.
Al principio, el
hermano mayor criticó severamente lo que él llamaba un proceder ingenioso e
irreal, pero después de algún tiempo se quedó atento, escuchando y haciendo
preguntas escudriñadoras. Aquella noche aceptó al Señor Jesucristo como su
Salvador.
Sus padres me
escribieron gozosos acerca del cambio drástico que había experimentado su hijo.
El decidió seguir a Jesucristo y servirle. Empezó a estudiar la Biblia con todo
interés y pocos días después pidió, y recibió, el bautismo del Santo Espíritu,
la experiencia que habían recibido los discípulos de Jesús el día de
Pentecostés después de la muerte y resurrección de Cristo. Algunos días
después, este muchacho conoció a una joven cristiana y, luego de unas semanas,
se comprometió con ella para casarse más tarde.
Meses de
oraciones ansiosas no llevaron a cabo un cambio en este joven. Sólo cuando los
padres se volvieron a Dios aceptando gozosamente la presente situación en
cuanto a la vida de su hijo, la puerta se abrió para que Dios completara su
plan perfecto para todos.
Dios tiene un
plan perfecto para su vida y la mía. Quizá miremos las circunstancias que nos
rodean y pensamos que nos hemos quedado para siempre inmóviles en un lugar
doloroso. Cuanto más pedimos y clamamos a Dios que nos ayude, entonces más
parecen amontonarse las circunstancias. El punto culminante no puede llegar
hasta tanto no empecemos a alabar a Dios por nuestra situación en lugar de
clamar a Dios para que nos la quite.
Una mujer joven
me escribió diciéndome cómo había llegado al límite de su paciencia. Ciertas
circunstancias personales difíciles le habían llevado a perder su propio
respeto, empezando a descuidar su aspecto exterior.
—Comer era mí
escapatoria —me escribía—, y pronto fueron añadiéndose kilos a mi figura-
Mi esposo empezó
a mirar a otras mujeres, y un buen día se marchó, pidiéndome luego el divorcio.
Las cuentas
empezaron a acumularse, los nervios se le fueron alterando y el pensamiento de
suicidio se le presentaba cada día en forma más frecuente.
“Todo este
tiempo oraba incesantemente”, escribió más tarde. "Leía mi Biblia, iba a
la iglesia siempre que estaban abiertas sus puertas y a cada persona conocida
le pedía que orase por mí.
Mis amigos
creyentes me animaban para que no perdiera la fe, para que no me dejase abatir;
las cosas irían mejor mañana. Pero todo fue de mal en peor. Entonces, alguien
me dio el libro "El secreto del poder espiritual". Lo leí y, al
principio, no podía creer que usted fuese un hombre serio. Nadie, con mente
sana, podía esperar que estuviese agradecida por todo lo que me estaba
ocurriendo, precisamente en ese entonces.
Pero cuanto más
leía el libro, más clamaba. Poco a poco se fue haciendo más claro en mi mente
que lo que usted escribía era real. Aquellos versículos de las Escrituras
acerca de dar las gracias a Dios por todas las cosas los había leído en mi
Biblia muchísimas veces y nunca había comprendido realmente su
significado."
Ella decidió
intentar dar gracias por todas las cosas. Después de todo, ¿qué podía perder?
Empezó a
aumentar de peso tan rápidamente que sabía que podría sufrir un ataque al
corazón en cualquier momento. Con un ligero vislumbre de esperanza se arrodilló
en su habitación para orar.
“Dios, te doy
gracias porque mi vida es como es- Cada problema que tengo ha sido un don tuyo
para llevarme al lugar en que ahora estoy. No habrías permitido cualquiera de
estas cosas sí no hubieses sabido que era lo mejor para mí. ¡Oh Dios, verdaderamente
me amas! Yo lo pienso así, Dios mío, yo sé que tú me amas." En ese momento
su oración fue interrumpida por el perro que ladraba al cartero. Cada día el
perro saludaba a todo visitante de su casa con intensos ladridos. Esto era una
de las muchas cosas insignificantes que la irritaban y que parecían amontonarse
para hacerle el día insoportable. Cuando se levantó y fue hacia la puerta para
hacer callar al perro, con su acostumbrado autoritario tono, ella recordó de
repente: "Yo me he propuesto dar las gracias por todo." "Es
cierto, Dios mío, te doy gracias por los ladridos del perro."
El cartero le
llevaba una carta y ella miró extrañada la letra familiar del sobre. ¡No podía
ser! ¡ Nada había sabido de su marido desde hacía varios meses! Dios no podía
haberle cambiado tan rápidamente. Con mano temblorosa, abrió la carta y la
leyó, "Si aún estás dispuesta, podría haber un medio para arreglar nuestro
problema,"
La
sincronización de Dios había sido perfecta. Llena de gozo, esta joven esposa
estaba ahora dispuesta a creer que Dios estaba, ciertamente, obrando en su vida
para bien. Se dispuso a perder peso como la mantequilla se derrite en un plato
caliente. Sus amigos empezaron a comentar: "Te ves muy bien. ¿Qué te ha ocurrido?
¡No pareces la misma persona!". ¿La misma? Sí y no. Era el mismo ser
físico, pero ahora vivía en una nueva dimensión de fe, sabiendo que Dios obraba
para bien en cada detalle de su vida. El marido volvió y se reunieron
nuevamente. Ella me escribió más tarde: "Algunas mañanas me despierto con
el pensamiento de gratitud hacia Dios diciendo cosas como ésta; "Oh Dios,
gracias por este hermoso día. Te amo."
El punto
culminante en su vida llegó al empezar a aceptar sus circunstancias presentes
con gratitud. Esta es una perfecta ilustración del principió espiritual
en acción.
Dios tiene un
perfecto plan para nuestras vidas, pero no nos puede impulsar a dar el próximo
paso de su plan hasta que aceptemos gozosamente nuestra
situación presente como parte de ese plan. Lo que haya de ocurrir
después, es cosa de Dios, no nuestra.
A algunas
personas les gustaría negar este hecho. Miran la transformación operada en las
vidas de las personas que han aprendido a alabar a Dios por cada cosa e
insisten en que la explicación sea algo sencillo.
"Un cambio
de actitud lleva consigo circunstancias distintas", dicen. "Es simplemente
algo psicológico. Sí dejamos de quejarnos, y empezamos a reír, nos sentimos
diferentes, otras personas nos tratan de modo distinto, y toda nuestra vida
puede experimentar un cambio dramático para bien."
Estoy de acuerdo
que este lema: "Ríe, y el mundo reirá contigo; llora, y llorarás
solo", es una advertencia razonable, hasta un cierto punto, Pero alabar a
Dios es algo más que un cambio en nuestra propia actitud.
No hay poder en
nuestras palabras de alabanza como tales. No hay poder en nuestra actitud de
gratitud y gozo. Todo el poder en la situación viene de Dios. Necesitamos, de
forma frecuente, recordarnos a nosotros mismos este hecho. Es fácil caer en la
tentación de pensar que nosotros tenemos el poder de manipular o modificar una
situación simplemente al recitar una cierta forma de oración.
Cuando aceptamos
sinceramente nuestra situación y le damos las gracias a Dios, creyendo que él
la ha originado, luego interviene en esa situación, una fuerza divina y sobrenatural
que proporcionará cambios inexplicables en lo natural.
Cuando prestaba
servicios como capellán en Fort Benning, Georgia, un joven soldado trajo a su
esposa a mi despacho para que la ayudara. Ella padecía unos dolores fortísimos
en la espalda, a causa del uso de drogas, y el médico no había podido recetarle
una cura. El temor y los sufrimientos habían dejado surcos profundos en su
hermoso rostro. —No puedo dormir —decía—. Ni siguiera puedo cerrar los ojos
durante un minuto sin ver animales horribles corriendo hacia mí.
Su esposo me
explicó que, cuando su mujer caía dormida de puro agotamiento, casi enseguida
empezaba a gritar. —Trato de moverla, para que despierte, pero algunas veces
tarda diez minutos, hasta que le vuelve el conocimiento, y durante todo el
tiempo grita tan angustiosamente que me lleva a mí hasta la desesperación — dijo
el marido.
Yo escuché la
trágica historia, y dije: —Tengo sólo una sugerencia. Arrodíllense conmigo y
demos gracias a Dios de que usted está tal como está. Los dos me miraron
extrañados como si estuviesen seguros de que no había pensado lo que había
dicho. Cuidadosamente expliqué como había aprendido que Dios quiere que le demos
las gracias por todas las cosas. —Todas las cosas que han sucedido en sus vidas
han contribuido a llevarles a este punto preciso —dije—. Yo creo que Dios les
ama y va a hacer algo muy maravilloso con ustedes. Ahora, él desea que le den
las gracias por todo aquello que ha contribuido a que se acerquen a él. Hojeé
mi Biblia y, entonces, les mostré los versículos que tenía subrayados. Los dos
aceptaron lo que había oído y se arrodillaron para dar gracias a Dios por todas
las cosas en sus vidas, particularmente por los dolores que ella padecía a
causa de las drogas.
Yo pude sentir
la presencia de Dios en la habitación. —El Espíritu Santo está mostrando que la
está sanando ahora mismo —dije.
Puse mi mano
sobre la cabeza de la señora y oré: "Gracias, Señor, por sanar a esta
joven ahora mismo."
Ella abrió los
ojos, y me miró extrañada. —Algo me ha ocurrido. Cuando cerré los ojos para
orar no veía nada.
—El Señor
Jesucristo la ha sanado —respondí—, y ahora él quiere entrar en su corazón como
su Salvador. ¿Quiere usted aceptarle?
Los dos, la
joven y su marido, contestaron inmediatamente: "¡Sí!" Y, permaneciendo
de rodillas, pidieron al Señor Jesús que entrase en sus vidas. Luego, salieron
de mi despacho llenos de gozo.
La curación de
la joven fue permanente. Nunca más sufrió alucinaciones. El poder de la droga
sobre su mente fue vencido por el poder de Dios.
Las autoridades
médicas reconocen su imposibilidad de tratar a los drogadictos que han vivido
años esclavizados por las drogas. Sin embargo, en años recientes hemos oído, y
cada vez con mayor frecuencia, que adictos a las drogas han sido curados
después de diez, veinte o treinta años de estar fuertemente dominados por
ellas. Han sido liberados por la intervención sobrenatural de Dios en sus
vidas.
Esta clase de
cambio no puede operarse por una actitud nueva o un determinado esfuerzo de
voluntad. Es el poder de Dios obrando en las vidas humanas.
Cualquier forma
de oración sincera abre las puertas al poder de Dios para entrar en nuestra
vida. Pero la oración de alabanza pone en acción el poder de Dios más que
cualquiera otra forma de petición. La Biblia nos da ejemplos que nos
demuestran, una y otra vez, este hecho. "Pero tú eres santo, tú que
habitas entre las alabanzas de Israel", leemos en el Salmo 22:3.
No debería
extrañarnos que el poder y la presencia de Dios estén cerca cuando le alabamos.
¡El mora, reside, vive en nuestras alabanzas! Un ejemplo notable de cómo Dios
obra mientras le alabamos se encuentra en 2 Crónicas :20: Josafat era rey de
Judá y un día descubrió que su pequeño reino estaba rodeado de enemigos
poderosos, los moabitas y los amonitas. Josafat sabía que la pequeña nación de
Judá no podía luchar con su propio poder y clamó a Dios: "Porque en
nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros, no
sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos" (2 Crónicas 20:12).
Un importante
paso en el hecho de alabar a Dios es apartar nuestros ojos de las
circunstancias que nos amenazan y, en su lugar, mirar a Dios. Observemos
que Josafat no estaba cerrando sus ojos para no ver lo que
amenazaba a su reino, o pretendiendo que los enemigos no estuvieran allí. El
hizo un examen cuidadoso de la situación, reconoció su propia impotencia, y
se tornó a Dios buscando ayuda.
No tenemos que
ser ciegos a las amenazas reales del mal en nuestras vidas. Comprendiendo lo
que son, nos proporcionan un mayor motivo de alabanza y gratitud a Dios por
ejercer sobre ellas perfecto control y autoridad. Pero no hemos de estar
preocupados con la apariencia del mal que se halla a nuestro alrededor. Mirémoslo,
reconozcamos nuestra impotencia para luchar con nuestras propias fuerzas en
contra de ello, y entonces, volvámonos a Dios.
Dios dijo a
Josafat: "No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande,
porque no es vuestra la guerra, sino de Dios" (2' Crónicas 20:15). Esta
es, creo yo, una declaración tremenda. Puesto que no tenemos el poder para
luchar contra las circunstancias que nos rodean, es evidente que la batalla no
es nuestra, sino de Dios.
"No habrá
para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la
salvación de Jehová con vosotros" (2 Crónicas 20:17).
¡Qué promesa!
¿Cuál era la posición que esperaba Dios de Josafat mientras tenía que estar
quieto y esperar que Dios actuara? Al día siguiente, Josafat dio órdenes a su
ejército. "Puso a algunos que cantasen y alabasen a Jehová, vestidos de
ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: Glorificad a
Jehová, porque su misericordia es para siempre" (2 Crónicas 20:21).
La escena tuvo
lugar justamente enfrente de las filas de los ejércitos enemigos dispuestos a
matar a los hombres de Judá. ¿Podemos imaginarnos la reacción de sus capitanes
cuando vieran al pequeño grupo de cantores acercándose al campo de batalla en
contra de ellos?
He sido capellán
en el ejército durante muchos años, y he visto a hombres preparados para muchas
batallas. Pero jamás he visto un general dando orden a sus tropas de quedarse
quietas en frente de las líneas enemigas mientras una banda de cantores
marchaban delante cantando alabanzas al Señor. Parece una idea singular, ¿no es
así? Es en esta situación cuando nuestro entendimiento se resiste. "Está
muy bien alabar a Dios cuando estamos en una situación difícil", podríamos
decir, "pero no seamos ridículos. Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí
mismos. Lo menos que podemos hacer es luchar lo más valientemente que podamos.
Recién entonces dejaremos el resto en las manos de Dios."
Pero, ¿qué les
ocurrió a Josafat y a sus hombres? "Y cuando comenzaron a entonar cantos
de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir,
las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá, y se mataron los unos a
los otros... y... cada cual ayudó a la destrucción de su compañero" (2
Crónicas 20:22, 23).
Yo creo que es
admisible pensar que sí Josafat hubiera decidido "tomar sus
precauciones" y hubiese ordenado a sus hombres que luchasen, el resultado
habría sido muy diferente.
Muchos de
nosotros estamos constantemente derrotados por las circunstancias que nos
rodean, porque no estamos dispuestos a aceptar que la lucha es de Dios y no
nuestra. Aun cuando admitimos nuestra propia impotencia para enfrentarnos con
el enemigo, tenemos que dejar y confiar todo al poder de Dios, Es entonces cuando
permitimos a nuestro propio entendimiento asumir la posición equivocada en
nuestra vida. Decimos:
"No
comprendo; por lo tanto, no me atrevo a creer."
La Palabra de
Dios nos muestra claramente que el único camino para salir de este dilema es
andar en fe. El creer que las promesas de Dios son válidas, el aceptarlas y el
tener el valor para confiar en ellas, nos conducirá al entendimiento.
El principio de
la Biblia es muy claro: la aceptación es antes de la comprensión.
La razón para
ello es sencilla. Nuestro entendimiento humano es tan limitado que no podemos
captar la magnitud de los propósitos y del plan de Dios para su creación. Si
nuestro entendimiento hubiese de ir antes de la aceptación, no podríamos
aceptar muchas cosas. Josafat nunca hubiese tenido el valor de seguir el Plan
de Dios para la batalla, si hubiese insistido en comprenderlo primero. Los
propósitos y las promesas de Dios asombraban, indudablemente, su entendimiento;
pero Josafat, leemos en el relato, era un hombre que creía y confiaba en Dios.
Con su entendimiento él se fiaba totalmente de Dios.
Josué fue otro
líder que recibió de Dios órdenes de lucha, que deben haber asombrado su
entendimiento y puesto en reto su voluntad para aceptar lo que debió parecer
absurdo a muchos que le observaban.
Todos hemos
cantado, en una u otra ocasión: "Josué libró la batalla de Jericó, y los
muros se derrumbaron."
La ciudad de
Jericó estaba sólidamente edificada, y los israelitas que habían caminado
durante cuarenta años por el desierto, no tenían, ciertamente, ni las armas ni
el poder para conquistar la ciudad. Pero Josué creyó en Dios cuando él prometió
entregar a los enemigos de Israel en sus manos. Dios dijo a Josué que cercase
Jericó durante seis días. Al séptimo tenían que hacer tocar las trompetas.
"Y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho
hacia adelante" (Josué 6:5).
Josué confió en
Dios, pero me pregunto lo que habríamos pensado nosotros, si hubiésemos estado
entre sus seguidores. ¿No hubiéramos murmurado y nos habríamos rebelado contra
sus temerarias sugerencias? Me pregunto lo que pensarían los habitantes de
Jericó cuando estaban sobre los muros fuertemente fortificados y observaban a
los israelitas cómo marchaban alrededor de la ciudad, llevando con ellos el
arca del pacto.
Antes, pensaba
que la historia de Josué y la batalla de Jericó era una mezcla de mito, exageración
y una bonita
fábula. Pero los arqueólogos que han estudiado las ruinas de la antigua Jericó
en años recientes han encontrado una amplia evidencia de que los muros de
la ciudad cayeron en el tiempo histórico que
corresponde a la narración bíblica. Los muros de
Jericó se desplomaron.
El poder de Dios
estaba obrando mientras que su pueblo mostraba su confianza al alabarle con
trompetas y aclamaciones. Los ejemplos de Josafat y de Josué demuestran
claramente que Dios gana nuestras victorias por medios sencillos y mediante
principios que, aparentemente, son contradictorios, para nuestra sabiduría y estrategia
humanas.
Se nos pide que
confiemos en él, que le alabemos y que dejemos que él actúe. Esto es,
esencialmente, la forma en que actuaba Jesucristo durante el tiempo de su
ministerio en Israel.
Abiertamente, él
admitía que de sí mismo nada podía hacer. Se sometía a la voluntad de su Padre
en perfecta obediencia, en confianza, y en fe, a fin de que el poder de Dios
pudiera alcanzar las necesidades del pueblo.
Veamos algunas
oraciones de Jesús relacionadas con problemas difíciles. Por ejemplo, el caso
de los 5.000 que le habían seguido fuera de la ciudad para oírle predicar. Estaban
hambrientos. Lo único de que disponía Jesús era la comida de un muchacho: cinco
panes y dos pececillos.
¿Cómo oró Jesús?
¿Intercedió él con Dios para que realizase un milagro? "Mirando al cielo,
dio gracias y partió los panes, dándolos a sus discípulos para que los
repartieran entre la gente. Repartió también los dos pescados entre todos.
Todos comieron y quedaron satisfechos; y después llenaron doce canastas con los
pedazos que sobraron del pan y de los pescados" (Marcos 6:41-43, V.P.).
Algunos de
nosotros podemos pensar: “¡Pero se trataba de Jesús, y él sabía lo que Dios podía
hacer! ¡Este no tiene validez para nosotros!
Mas Jesús dijo a
los que le seguían: "En verdad les digo, que el que cree en mí, hará
también las cosas que yo hago, y cosas todavía más grandes. Porque yo me voy a
donde está el Padre Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré. Para
que el Hijo muestre la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que ustedes pidan
en mi nombre" (Juan 14:12-14, V.p.).
Jesús dijo que
podemos hacer mayores cosas. Significa esto que Dios pueda tener un plan con
respecto al hambre en el mundo y que predicen los expertos en agricultura y
otros técnicos de nuestros días referente a una reducción de la alimentación?
Yo así lo creo.
Yo sé de muchos ejemplos cuando el pueblo creyó lo que dijo Dios, le dio
gracias y le alabo por una comida escasa, la cual fue aumentada por el Señor
para alimentar a muchos más de los que se habla pensado
Cuando Jesús
tuvo que enfrentarse con la muerte de Lázaro, oro una sencilla oración de
acción de gracias. Cuando fue quitada la piedra de la tumba donde Lázaro
llevaba ya enterrado cuatro días Jesús levantó los ojos y dijo: "Padre
gracias te doy por haberme oído" (Juan 11:41) Luego ordeno a Lázaro que
saliese fuera. Y el hombre que estaba ya cuatro días muerto, salió fuera.
La Biblia dice
que Jesús vino al mundo para que pudiésemos alabar a Dios. Isaías el profeta
predijo la venida de Jesús diciendo que el vendría para "predicar buenas
nuevas a los abatidos a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad
a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la
buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a
todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en
lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del
espíritu angustiado" (Isaías 61:1-3).
Lector amigo,
fácilmente podrá reconocer su propia condición en esa lista. ¿Está quebrantado
de corazón? ¿Confinado por limitaciones físicas, enfermedades, limitaciones
espirituales? ¿En cautividad física o en prisión por su propia ceguera
espiritual? ¿Está de duelo? ¿Incapaz de regocijarse, de estar agradecido a
Dios, de alabarle? ¿Está su espíritu pesadamente agobiado, o siente
frustración?
Tal vez sea porque
no ha aceptado y comprendido plenamente las buenas nuevas que Jesús vino a
traer.
La alabanza es
una respuesta activa a lo que sabemos que Dios ha hecho y está haciendo en
nuestras vidas en este mundo por medio de su Hijo Jesucristo y la persona del Espíritu
Santo.
Si dudamos en
nuestro interior de lo que Dios ha hecho y está haciendo, no podemos alabarle
de todo corazón. La incertidumbre acerca de las buenas nuevas será siempre una
barrera para alabarle. Si queremos estar dispuestos a alabar a Dios en todas
las cosas, necesitamos estar seguros de que nuestro fundamento es sólido y sin
grietas producidas por las dudas o la incertidumbre.
Para los que están interesados en este tema del "El poder de la alabanza", pueden bajar el libro en pdf aquí.
Hugo, con nuestra amiga Daniela, lectora de nuestros
correos semanales y de la revista Conéctate.
¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
Teléfonos: (506) 88539162
E-mail: mluzcelestial@gmail.com
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