A uno que es mi amigo,
hablé airado con brusquedad,
y le produjo una herida
que cicatrizó con dificultad.
Aquella palabra dicha sin pensar,
ojalá se nos borrase de la mente
mas su recuerdo en nuestra memoria
perdura y vive constantemente.
Cierto autor cristiano relata la siguiente historia
verídica: «En mi niñez, yo tenía muy mal genio, y eso hacía que muchas veces
dijera o hiciera cosas antipáticas en un arrebato de ira.»
«Un día, después de que insulté a un compañero de juegos y
se fue llorando a casa, mi padre me dijo que por cada palabra que yo dijera
enojado sin pensar iba a clavar un clavo en un poste del portón. Y cada vez que
yo tuviera paciencia y dijera algo amable y agradable, arrancaría un clavo.»
«Pasaron los meses. ¡Cada vez que entraba por la puerta, me
acordaba de las razones por las que cada vez había más clavos! ¡Hasta que por
fin, llegué a la conclusión de que arrancarlos era un ideal que me esforzaría
por alcanzar!»
«¡Por fin llegó el día tan ansiado! ¡Sólo faltaba un clavo!
Mientras mi padre lo arrancaba, yo saltaba de contento exclamando orgulloso:
'¡Mira, papá, no queda ni un clavo!'»
«Recuerdo que mi padre se quedó mirando atentamente el poste
salpicado de agujeros y respondió pensativamente: 'No, ya no quedan clavos...
¡pero sí quedan las cicatrices!'»
Cuán cierto es el dicho: «La ira de hoy es el remordimiento
de mañana. Con cuánto pesar nos lamentamos de las cosas que hemos dicho en un
arrebato de enojo, de palabras que hubiéramos preferido no decir nunca. ¡La ira
descontrolada puede ser algo muy cruel y terrible! ¡Se ha dicho que «cuando
Caín tenía la ira en el corazón, no faltaba mucho para el crimen»! Nunca se es
tan vulnerable a los pensamientos del Diablo como cuando se siente una furia
irrazonable. ¡El dominio de uno mismo es menor que nunca, la razón disminuye y
generalmente se pierde el sentido común! ¡La ira puede ser muy peligrosa!
¡Cuando Moisés mató a un egipcio y tuvo que huir para salvar
la vida, lo hizo en un arrebato repentino de cólera! (Éxodo 2:11-15) Entonces
tuvo que pasar 40 años cuidando paciente y humildemente ovejas en
parajes solitarios, donde tuvo tiempo para escuchar la voz de Dios en vez de
dejarse llevar por sus propios impulsos antes de estar preparado para la lenta
y laboriosa misión de librar a los hebreos de los egipcios, la cual requería
mucha paciencia.
La Biblia habla mucho de la ira... ¡más que nada en contra
de la ira! ¡Al menos en contra de la ira humana impaciente, egoísta, orgullosa,
injustificada y sin amor que hace daño. Pablo nos dice: «Dejad toda amargura,
enojo e ira.» (Efesios 4:31) Salomón nos advierte: «No te apresures en tu
espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios.
(Eclesiastés 7:9) La Palabra de Dios advierte asimismo: «No te hagas amigo del
iracundo, ni te asocies con el que se enoja fácilmente.» (Proverbios 22:24,25),
¡porque el que se enoja se puede poner violento y hacerte daño o causarte
problemas a ti y a otros!
¡Justa indignación!
Pero no toda ira es forzosamente mala. Al fin y al
cabo, la ira es una emoción natural creada por Dios que, en sí, no es buena
ni mala. El hecho de que esté bien o mal depende de la razón o motivación
que tengamos para enojarnos. El filósofo griego Aristóteles escribió muy
acertadamente: «Montar en cólera es fácil; cualquiera puede hacerlo.
Pero enojarse con la persona debida en el momento apropiado, con
el motivo adecuado y de la manera debida... ¡eso no es fácil, y
no todos pueden hacerlo!»
Hoy en día la mayoría de los cristianos piensa por lo visto
que la ira es pecado, y desgraciadamente, en la mayoría de los casos lo es.
¡Pero lo cierto es que a veces no es pecado enfadarse! ¡Dios mismo se
enoja mucho con frecuencia, sobre todo con los impíos rebeldes que
rechazan la Verdad y oprimen, persiguen y maltratan a los demás! Es más, su
Palabra dice: «¡Dios está airado con el impío todos los días!» (Salmos
7:11)
El sabio rey Salomón, escribió: «Todo tiene su
tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora»
(Eclesiastés 3:1), ¡y desde luego hay ocasiones en que debemos
enojarnos! Si no, ¿cómo vamos a tener el espíritu combativo, el ánimo,
el ardor y el apremio para «pelear la buena batalla», «militar
la buena milicia», «resistir al Diablo», «predicar la Palabra,
redarguir, reprender y exhortar» y hacer todas las demás
cosas que tenemos la obligación de hacer como activos soldados
cristianos para resistir y combatir el pecado, el mal y las fuerzas del Diablo!
(1a a Timoteo 6:12, 1:18; Santiago 4:7; 2a a Timoteo 4:2)
Aunque en la Biblia hay muchos ejemplos que ilustran
claramente los efectos negativos de la ira descontrolada, ¡también hay
muchos ejemplos de hombres de Dios que se enojaron por una buena razón,
por razones justas, y su ira piadosa los impulsó a combatir el mal,
corregir lo errado y enderezar lo torcido!
Por ejemplo la Biblia cuenta que Sansón --el juez tan
poco convencional de quien Dios se valió para librar a su pueblo de sus
enemigos-- descubrió en una ocasión que sus enemigos le habían traicionado y
engañado, y «el Espíritu del Señor vino sobre él... y se encendió
su enojo!» ¡El Señor de hecho lo ungió para que se enojara y se
valió de su enojo para que se alzara y derrotara a los enemigos del pueblo
del Señor! (Jueces 14:19)
Otro ejemplo parecido lo vemos en 1º de Samuel capítulo 11: Saúl
acababa de ser escogido rey. Ciertos enemigos de Israel, los amonitas, fueron y
sitiaron la ciudad de Jabes de Galaad. ¡Unos mensajeros le llevaron a Saúl la
noticia de que los amonitas habían jurado cruelmente no hacer la paz a menos
que los hombres de Jabes se rindieran y permitieran que los amonitas les
sacaran el ojo derecho, afrentando así a todo Israel! La Biblia dice: «¡Al oír
Saúl estas palabras, el Espíritu de Dios vino sobre él con poder,
y él se encendió en ira en gran manera!» (1º de Samuel 11:6)
¡Entonces ordenó que todos los hombres de Israel acudieran inmediatamente en
ayuda de Jabes, y congregó un gran ejército que derrotó y venció totalmente a
los perversos amonitas!
Dice el Nuevo Testamento que hasta Jesús se llenaba
con frecuencia de ira justa, o indignación justa. En el capítulo 3 de Marcos
dice que Jesús entró en una sinagoga judía y encontró a un hombre con una mano
seca o paralizada. Algunos de sus enemigos religiosos hipócritas observaban
atentamente para ver si desobedecía las leyes de Moisés curando a aquel pobre
hombre en el día de reposo (sábado), el día santo de los judíos. Jesús le
ordenó al hombre de la mano seca:: «¡Levántate delante de todos!» Entonces,
volviéndose a los líderes religiosos hipócritas, les preguntó: «¿Qué es lo
lícito en los días de reposo? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar
la vida o quitarla?»
Esta pregunta los dejó en silencio. «Entonces, mirándolos
con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre:
'¡Extiende la mano!'» ¡Y la mano del hombre se curó y sanó por completo!
(Marcos 3:1-5) Aquí tenemos un caso en que el propio Jesús se enojó
entristecido por la hipocresía y dureza de corazón de sus acusadores.
Otra ocasión en que la Biblia dice que Jesús se enojó fue
cuando le llevaron niños para que les impusiera las manos y bendijera. Pero sus
discípulos reprendieron y trataron de echar a los que habían llevado a los
niños. «Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: '¡Dejad que los
niños vengan a Mí! ¡No se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de
Dios!'» (Marcos 10:13,14) Jesús se enojó cuando vio que sus discípulos trataban
de impedir que los niños se acercaran a él. Y sin duda lo hizo con un tono de
voz indignado cuando ordenó: «¡Dejad que los niños vengan a Mí!» Entonces, ¿por
qué no nos vamos a enojar también nosotros con cualquiera o cualquier
cosa que pueda impedir o evitar que la gente se acerque a Jesús?
¡Por supuesto, el máximo ejemplo de la ira de Jesús fue
cuando emprendió un ataque total contra los líderes religiosos falsos,
farsantes, fariseos e impostores de su tiempo! Cuando vio que los líderes
religiosos les robaban a los pobres y los explotaban en nombre de Dios, hizo un
látigo El mismo, irrumpió en el templo y El mismo azotó y expulsó a los
cambistas, volcó sus mesas, desparramó su dinero y los reprendió a voces
diciendo: «¡Habéis convertido la casa de oración en guarida de ladrones
y salteadores!» (Juan 2:14-16; Mateo 21:12-13)
Más tarde aquel mismo día, Jesús dio su mensaje final a los
fariseos, enfureciéndose tanto con su hipocresía y santurronería, su opresión
inmisericorde de los pobres y su rechazo de la Verdad de Dios, que estalló
como una bomba soltando la verdad, y los desenmascaró, acusó, maldijo y
literalmente condenó al infierno! ¡Les puso el dedo en la llaga
de tal manera con su mensaje, que a partir de aquel momento decidieron matarle,
y lo hicieron crucificar unos días más tarde! ¡Lee Mateo 23!
¡Esos y otros muchos ejemplos de la Biblia dejan claro que hay
ocasiones en que hay que enojarse, y que tal «indignación justa» es de Dios!
La misma Palabra de Dios nos dice: «¡Airaos pero no pequéis!» (Efesios
4:26) O sea, que el Señor nos enseña que de hecho debemos enojarnos, siempre
y cuando sea por razones justas y por motivos justos. Como
por ejemplo contra la hipocresía, contra las injusticias, o si hacen daño o
abusan de inocentes. ¡Tal ira piadosa debería motivarnos a tratar de corregir
las injusticias, deshacer entuertos y tomar medidas positivas
para solucionar situaciones injustas!
Esa es la diferencia entre la ira inspirada por Dios
y la «ira del hombre», de la cual dice la Biblia: «La ira del hombre no
obra la justicia de Dios.» (Santiago 1:20) Pero la ira justa,
la ira inspirada por Dios, produce buenos resultados.
Cómo controlar la ira
Desgraciadamente, no nos enojamos generalmente por razones
tan nobles como las arriba mencionadas. Con frecuencia nuestra ira es fruto de nuestra
preocupación por nosotros mismos, del egoísmo. No conseguimos que las cosas
salgan como queremos, nos han ofendido en nuestro orgullo o nos parece que de
alguna forma nos han menospreciado o maltratado, y por eso nos exasperamos,
molestamos y enojamos.
¡Cuando te des cuenta y reconozcas que te estás enojando o
alterando de esa manera --y de que evidentemente no es una «indignación
justa»-- debes hacer un gran esfuerzo por dominar tal ira en vez de dejar que
se desboque el mal genio en forma de palabras o acciones incontroladas! La
Biblia dice: «Sea todo hombre pronto para oír, tardo para hablar
y tardo para airarse.» (Santiago 1:19)
Ser «pronto para oír» equivale a decir «escuchar
atentamente». Si puedes escuchar con paciencia lo que pasa y contenerte
lo suficiente para pensar y orar a fin de saber cómo hablar y responder,
generalmente podrás controlarte y expresar lo que piensas sin peligro. «El necio
da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega» (Proverbios
29:11) No hables cuando estés enojado y alterado en tu propio espíritu,
sino después de haberte calmado. Las palabras dichas con impaciencia
nunca ayudan a juzgar una situación con serenidad. El sabio controla su
genio. ¡Sabe que la ira es causa de errores, hace daño a las personas a las que
queremos y acaba con las amistades!
La ira es una emoción intensa y hay que expresarla de alguna
manera. Es natural que no tengan paciencia los que siempre la están perdiendo.
Es cierto que manifestar ira apasionada y violentamente --gritando, con
palabras bruscas y alterándose-- obtiene resultados, ¡pero éstos generalmente no
son muy positivos! ¡«Subirse por las paredes», como dicen, no es una buena
manera de subir de posición! ¡Y, «los que montan en cólera siempre se caen»!
Claro que en este caso nos referimos a la «ira del hombre»,
la que nosotros mismos generamos en nuestro espíritu, no a la
indignación justa inspirada por el Señor. Porque si te mueve una indignación justa,
tus palabras bruscas y sentimientos alterados pueden lograr resultados
positivos y puedes mover a otras personas haciéndolas conscientes del
pecado, el mal o las injusticia que te han provocado a ti! Como le dijo el
Señor a su profeta Isaías: «¡Clama a voz en cuello, no te detengas, alza
tu voz como trompeta y anuncia a mi pueblo sus pecados!» (Isaías
58:1)
La Palabra de Dios nos llega a decir: «Los que amáis al
Señor, aborreced el mal.» Y: «El temor del Señor es aborrecer el
mal, la soberbia, la arrogancia y el mal camino.» (Salmo 97:10; Proverbios 8:13)
Si de veras amas y temes al Señor, tienes auténtica convicción y entusiasmo
inspirado por Dios, no te quedarás cruzado de brazos sin decir nada ni
reaccionarás con pasividad ante grandes males, fechorías e injusticias, sino
que darás la cara hablando en contra de esas cosas. ¡Con enojo si es
necesario!
Semejante ira justa es saludable y hay que
expresarla. El profeta Jeremías, cuando vio la rebelión e iniquidad de su
descarriado pueblo, dijo: «¡Estoy lleno de la ira del Señor!
¡No me puedo contener!... ¡Si dijera: 'No me acordaré más de El
ni hablaré más en su nombre', su Palabra es en mi corazón como fuego
ardiente metido en mis huesos! ¡Estoy cansado de contenerlo, ciertamente no
puedo!» (Jeremías 6:11; 20:9) (Ver también «¡Fuego para hablar de Dios!»,
página 431)
Pero si sabes que tu ira no es sino resultado de que te han
ofendido en tus sentimientos o tu orgullo, todavía tienes que hacer
algo al respecto si se te ha acumulado en tu interior. Pero como ya te hemos
indicado, por lo general es muy imprudente desfogar tal cólera en los demás.
Una solución cuya efectividad muchos han comprobado es canalizar
por otro lado la ira. Canalizar la energía acumulada que ha generado la
ira, por ejemplo cortando la hierba, trabajando en el jardín, dando un paseo,
haciendo ejercicio, lavando el auto, etc., aparta la mente de lo que nos enojó
en un principio, dándonos así tiempo para calmarnos, pensar y orar en busca de
una solución al problema.
Claro que hay muchos cristianos que sienten remordimiento cuando
se enojan, y por eso tratan sencillamente de no pensar en que están enojados y
fingen no estarlo. ¡Pero no hacer caso de la ira sería como tomar el cesto de
la basura lleno de papeles ardiendo y esconderlo en el armario! Es cierto que
el fuego puede terminar apagándose, ¡pero lo más probable es que termine
incendiando la casa! ¡La ira acumulada que no se manifiesta es mala para la
salud y se ha demostrado clínicamente que produce toda clase de trastornos que
van desde las úlceras a la ansiedad y desde los dolores de cabeza a la
depresión nerviosa!
¡Así que, si reconoces que te estás enojando de forma
irrazonable con alguien, procura confesarlo antes de descontrolarte! Por
ejemplo, si la conversación se está poniendo acalorada y te estás poniendo un poco
tenso, podrías decirle a la otra persona: ¿Sabes? La conversación está tomando
tal cariz que creo que estoy empezando a alterame. No quiero enojare, y sé que
tú no quieres que me enoje, de modo que tal vez podríamos detenernos a orar y
reiniciar la conversación más tarde, después de que le hayamos pedido al Señor
que nos ayude a resolver la situación.» ¡Esa es una manera excelente de
reaccionar, confesar tu ira de tal manera que la otra persona sepa que
te estás enojando, pero sin hacer que se enoje también! Puedes decirle:
«Perdona, me estoy alterando. ¿Qué podemos hacer para arreglarlo? ¿Podrías orar
conmigo?»
¡Si ya es tarde y te has enojado con una persona, no dejes
que el orgullo te impida pedir perdón! ¡El mal genio mete a la gente en
problemas, pero el orgullo la hace que siga teniendo esos problemas! ¡Y
si una persona se ha enojado injustificadamente contigo, perdónala!
¡El mejor remedio para un temperamento brusco
es una oración pausada! ¡Si te cuesta dominarte, ora pidiéndole a
Jesús que te ayude! ¡Hasta puedes pedirles a otras personas que
oren en grupo por ti, porque la oración en grupo es muy efectiva!
¡Apréndete de memoria versículos que hablen de la ira y de cómo debemos
comportarnos los cristianos unos con otros! Proverbios 16:32 dice: «¡Mejor
es el que tarda en airarse que el fuerte, y el que domina
su temperamento que el que conquista una ciudad.» ¡Pídele a Jesús hoy
mismo que te ayude! ¡El nunca falla! (Ver también «Argumentos contra las
discusiones, en la página 537, y «¡Cómo superar los vicios!», en la 727.)
Por supuesto, hay ocasiones en que nos enojamos o
alteramos justificadamente con alguien, como por ejemplo cuando nos hace
daño adrede y a propósito o se lo hace a otros. Jesús dijo: «Cualquiera que se
enoje contra su hermano sin causa, será reo de juicio» (Mateo 5:22,
traducción directa de la versión inglesa King James), lo cual demuestra que a
veces hay una «causa» o razón para estar enojado, incluso con el propio
hermano. Por eso dijo el Señor: «Si tu hermano peca contra ti, repréndele,
y si se arrepiente, perdónale.» (Lucas 17:3) Según el
diccionario, «reprender» significa «censurar, amonestar».
Pero recuerda que el amor, la humildad y la oración
resuelven todos los problemas, y que «en la medida en que tú perdones a
los demás sus pecados, así te perdonará tu Padre celestial los tuyos.»
(Mateo 6:14,15) ¡Y «hazles a los demás como quieras que hagan contigo»
(Mateo 7:12), porque ésa es la ley divina del Amor! ¡Que Dios te ayude a tener
amor y amabilidad y a perdonar, y a no enojarte ni alterarte sino cuando lo
haga el Señor en ti! ¿Amén? ¡Que Dios te bendiga!
Oración para hoy:
Mi lugar favorito
Heme aquí, Señor. Quiero estar junto a Ti. Gracias por este
plácido lugar donde puedo sentarme y reposar a Tus pies. Me encanta sentarme
aquí y aprender de Ti. Me fascina contemplar Tu rostro, tan cariñoso y tierno.
Evoco el pasado y me cuesta imaginarme cómo era cuando no
conocía esta estrecha relación que ahora mantengo contigo. No sé cómo lograba
pasar los días sin esa intimidad que hoy disfrutamos los dos. Lo curioso es que
Tú siempre estuviste a mi lado. Desde siempre pude haber tenido esta relación
tan hermosa que disfruto contigo, pero mis afanes me impedían darme cuenta de
ello. Ahora, sin embargo, voy a continuar sentándome aquí mismo a Tus pies, mi
lugar favorito, mi rincón sereno, en grata y reposada devoción a Ti.
Gracias por el honor de poder sentarme a Tus pies y aprender
de Ti, ser partícipe de Tus Palabras, oír nítidamente Tu voz. Me encantan TusPalabras. Las bebo con ansiedad. Me hacen falta Tus aguas refrescantes para
apagar Mi sed y lavarme interiormente.
Hugo, con nuestro amigo Luis, a quien asesoramos
espiritualmente
y es lector de nuestra Revista Conéctate.
Y tú, ¿ya te
conectaste?
¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
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