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domingo, 27 de octubre de 2013

¡LA IRA PUEDE SER MUY PELIGROSA!

A uno que es mi amigo,
hablé airado con brusquedad,
y le produjo una herida
que cicatrizó con dificultad.
Aquella palabra dicha sin pensar,
ojalá se nos borrase de la mente
mas su recuerdo en nuestra memoria
perdura y vive constantemente.

Cierto autor cristiano relata la siguiente historia verídica: «En mi niñez, yo tenía muy mal genio, y eso hacía que muchas veces dijera o hiciera cosas antipáticas en un arrebato de ira.»
«Un día, después de que insulté a un compañero de juegos y se fue llorando a casa, mi padre me dijo que por cada palabra que yo dijera enojado sin pensar iba a clavar un clavo en un poste del portón. Y cada vez que yo tuviera paciencia y dijera algo amable y agradable, arrancaría un clavo.»
«Pasaron los meses. ¡Cada vez que entraba por la puerta, me acordaba de las razones por las que cada vez había más clavos! ¡Hasta que por fin, llegué a la conclusión de que arrancarlos era un ideal que me esforzaría por alcanzar!»
«¡Por fin llegó el día tan ansiado! ¡Sólo faltaba un clavo! Mientras mi padre lo arrancaba, yo saltaba de contento exclamando orgulloso: '¡Mira, papá, no queda ni un clavo!'»
«Recuerdo que mi padre se quedó mirando atentamente el poste salpicado de agujeros y respondió pensativamente: 'No, ya no quedan clavos... ¡pero sí quedan las cicatrices!'»
Cuán cierto es el dicho: «La ira de hoy es el remordimiento de mañana. Con cuánto pesar nos lamentamos de las cosas que hemos dicho en un arrebato de enojo, de palabras que hubiéramos preferido no decir nunca. ¡La ira descontrolada puede ser algo muy cruel y terrible! ¡Se ha dicho que «cuando Caín tenía la ira en el corazón, no faltaba mucho para el crimen»! Nunca se es tan vulnerable a los pensamientos del Diablo como cuando se siente una furia irrazonable. ¡El dominio de uno mismo es menor que nunca, la razón disminuye y generalmente se pierde el sentido común! ¡La ira puede ser muy peligrosa!
¡Cuando Moisés mató a un egipcio y tuvo que huir para salvar la vida, lo hizo en un arrebato repentino de cólera! (Éxodo 2:11-15) Entonces tuvo que pasar 40 años cuidando paciente y humildemente ovejas en parajes solitarios, donde tuvo tiempo para escuchar la voz de Dios en vez de dejarse llevar por sus propios impulsos antes de estar preparado para la lenta y laboriosa misión de librar a los hebreos de los egipcios, la cual requería mucha paciencia.
La Biblia habla mucho de la ira... ¡más que nada en contra de la ira! ¡Al menos en contra de la ira humana impaciente, egoísta, orgullosa, injustificada y sin amor que hace daño. Pablo nos dice: «Dejad toda amargura, enojo e ira.» (Efesios 4:31) Salomón nos advierte: «No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios. (Eclesiastés 7:9) La Palabra de Dios advierte asimismo: «No te hagas amigo del iracundo, ni te asocies con el que se enoja fácilmente.» (Proverbios 22:24,25), ¡porque el que se enoja se puede poner violento y hacerte daño o causarte problemas a ti y a otros!
¡Justa indignación!
Pero no toda ira es forzosamente mala. Al fin y al cabo, la ira es una emoción natural creada por Dios que, en sí, no es buena ni mala. El hecho de que esté bien o mal depende de la razón o motivación que tengamos para enojarnos. El filósofo griego Aristóteles escribió muy acertadamente: «Montar en cólera es fácil; cualquiera puede hacerlo. Pero enojarse con la persona debida en el momento apropiado, con el motivo adecuado y de la manera debida... ¡eso no es fácil, y no todos pueden hacerlo!»
Hoy en día la mayoría de los cristianos piensa por lo visto que la ira es pecado, y desgraciadamente, en la mayoría de los casos lo es. ¡Pero lo cierto es que a veces no es pecado enfadarse! ¡Dios mismo se enoja mucho con frecuencia, sobre todo con los impíos rebeldes que rechazan la Verdad y oprimen, persiguen y maltratan a los demás! Es más, su Palabra dice: «¡Dios está airado con el impío todos los días!» (Salmos 7:11)
El sabio rey Salomón, escribió: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (Eclesiastés 3:1), ¡y desde luego hay ocasiones en que debemos enojarnos! Si no, ¿cómo vamos a tener el espíritu combativo, el ánimo, el ardor y el apremio para «pelear la buena batalla», «militar la buena milicia», «resistir al Diablo», «predicar la Palabra, redarguir, reprender y exhortar» y hacer todas las demás cosas que tenemos la obligación de hacer como activos soldados cristianos para resistir y combatir el pecado, el mal y las fuerzas del Diablo! (1a a Timoteo 6:12, 1:18; Santiago 4:7; 2a a Timoteo 4:2)
Aunque en la Biblia hay muchos ejemplos que ilustran claramente los efectos negativos de la ira descontrolada, ¡también hay muchos ejemplos de hombres de Dios que se enojaron por una buena razón, por razones justas, y su ira piadosa los impulsó a combatir el mal, corregir lo errado y enderezar lo torcido!
Por ejemplo la Biblia cuenta que Sansón --el juez tan poco convencional de quien Dios se valió para librar a su pueblo de sus enemigos-- descubrió en una ocasión que sus enemigos le habían traicionado y engañado, y «el Espíritu del Señor vino sobre él... y se encendió su enojo!» ¡El Señor de hecho lo ungió para que se enojara y se valió de su enojo para que se alzara y derrotara a los enemigos del pueblo del Señor! (Jueces 14:19)
Otro ejemplo parecido lo vemos en 1º de Samuel capítulo 11: Saúl acababa de ser escogido rey. Ciertos enemigos de Israel, los amonitas, fueron y sitiaron la ciudad de Jabes de Galaad. ¡Unos mensajeros le llevaron a Saúl la noticia de que los amonitas habían jurado cruelmente no hacer la paz a menos que los hombres de Jabes se rindieran y permitieran que los amonitas les sacaran el ojo derecho, afrentando así a todo Israel! La Biblia dice: «¡Al oír Saúl estas palabras, el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y él se encendió en ira en gran manera!» (1º de Samuel 11:6) ¡Entonces ordenó que todos los hombres de Israel acudieran inmediatamente en ayuda de Jabes, y congregó un gran ejército que derrotó y venció totalmente a los perversos amonitas!
Dice el Nuevo Testamento que hasta Jesús se llenaba con frecuencia de ira justa, o indignación justa. En el capítulo 3 de Marcos dice que Jesús entró en una sinagoga judía y encontró a un hombre con una mano seca o paralizada. Algunos de sus enemigos religiosos hipócritas observaban atentamente para ver si desobedecía las leyes de Moisés curando a aquel pobre hombre en el día de reposo (sábado), el día santo de los judíos. Jesús le ordenó al hombre de la mano seca:: «¡Levántate delante de todos!» Entonces, volviéndose a los líderes religiosos hipócritas, les preguntó: «¿Qué es lo lícito en los días de reposo? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar la vida o quitarla
Esta pregunta los dejó en silencio. «Entonces, mirándolos con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: '¡Extiende la mano!'» ¡Y la mano del hombre se curó y sanó por completo! (Marcos 3:1-5) Aquí tenemos un caso en que el propio Jesús se enojó entristecido por la hipocresía y dureza de corazón de sus acusadores.
Otra ocasión en que la Biblia dice que Jesús se enojó fue cuando le llevaron niños para que les impusiera las manos y bendijera. Pero sus discípulos reprendieron y trataron de echar a los que habían llevado a los niños. «Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: '¡Dejad que los niños vengan a Mí! ¡No se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de Dios!'» (Marcos 10:13,14) Jesús se enojó cuando vio que sus discípulos trataban de impedir que los niños se acercaran a él. Y sin duda lo hizo con un tono de voz indignado cuando ordenó: «¡Dejad que los niños vengan a Mí!» Entonces, ¿por qué no nos vamos a enojar también nosotros con cualquiera o cualquier cosa que pueda impedir o evitar que la gente se acerque a Jesús?
¡Por supuesto, el máximo ejemplo de la ira de Jesús fue cuando emprendió un ataque total contra los líderes religiosos falsos, farsantes, fariseos e impostores de su tiempo! Cuando vio que los líderes religiosos les robaban a los pobres y los explotaban en nombre de Dios, hizo un látigo El mismo, irrumpió en el templo y El mismo azotó y expulsó a los cambistas, volcó sus mesas, desparramó su dinero y los reprendió a voces diciendo: «¡Habéis convertido la casa de oración en guarida de ladrones y salteadores!» (Juan 2:14-16; Mateo 21:12-13)
Más tarde aquel mismo día, Jesús dio su mensaje final a los fariseos, enfureciéndose tanto con su hipocresía y santurronería, su opresión inmisericorde de los pobres y su rechazo de la Verdad de Dios, que estalló como una bomba soltando la verdad, y los desenmascaró, acusó, maldijo y literalmente condenó al infierno! ¡Les puso el dedo en la llaga de tal manera con su mensaje, que a partir de aquel momento decidieron matarle, y lo hicieron crucificar unos días más tarde! ¡Lee Mateo 23!
¡Esos y otros muchos ejemplos de la Biblia dejan claro que hay ocasiones en que hay que enojarse, y que tal «indignación justa» es de Dios! La misma Palabra de Dios nos dice: «¡Airaos pero no pequéis!» (Efesios 4:26) O sea, que el Señor nos enseña que de hecho debemos enojarnos, siempre y cuando sea por razones justas y por motivos justos. Como por ejemplo contra la hipocresía, contra las injusticias, o si hacen daño o abusan de inocentes. ¡Tal ira piadosa debería motivarnos a tratar de corregir las injusticias, deshacer entuertos y tomar medidas positivas para solucionar situaciones injustas!
Esa es la diferencia entre la ira inspirada por Dios y la «ira del hombre», de la cual dice la Biblia: «La ira del hombre no obra la justicia de Dios.» (Santiago 1:20) Pero la ira justa, la ira inspirada por Dios, produce buenos resultados.
Cómo controlar la ira
Desgraciadamente, no nos enojamos generalmente por razones tan nobles como las arriba mencionadas. Con frecuencia nuestra ira es fruto de nuestra preocupación por nosotros mismos, del egoísmo. No conseguimos que las cosas salgan como queremos, nos han ofendido en nuestro orgullo o nos parece que de alguna forma nos han menospreciado o maltratado, y por eso nos exasperamos, molestamos y enojamos.
¡Cuando te des cuenta y reconozcas que te estás enojando o alterando de esa manera --y de que evidentemente no es una «indignación justa»-- debes hacer un gran esfuerzo por dominar tal ira en vez de dejar que se desboque el mal genio en forma de palabras o acciones incontroladas! La Biblia dice: «Sea todo hombre pronto para oír, tardo para hablar y tardo para airarse.» (Santiago 1:19)
Ser «pronto para oír» equivale a decir «escuchar atentamente». Si puedes escuchar con paciencia lo que pasa y contenerte lo suficiente para pensar y orar a fin de saber cómo hablar y responder, generalmente podrás controlarte y expresar lo que piensas sin peligro. «El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega» (Proverbios 29:11) No hables cuando estés enojado y alterado en tu propio espíritu, sino después de haberte calmado. Las palabras dichas con impaciencia nunca ayudan a juzgar una situación con serenidad. El sabio controla su genio. ¡Sabe que la ira es causa de errores, hace daño a las personas a las que queremos y acaba con las amistades!
La ira es una emoción intensa y hay que expresarla de alguna manera. Es natural que no tengan paciencia los que siempre la están perdiendo. Es cierto que manifestar ira apasionada y violentamente --gritando, con palabras bruscas y alterándose-- obtiene resultados, ¡pero éstos generalmente no son muy positivos! ¡«Subirse por las paredes», como dicen, no es una buena manera de subir de posición! ¡Y, «los que montan en cólera siempre se caen»!
Claro que en este caso nos referimos a la «ira del hombre», la que nosotros mismos generamos en nuestro espíritu, no a la indignación justa inspirada por el Señor. Porque si te mueve una indignación justa, tus palabras bruscas y sentimientos alterados pueden lograr resultados positivos y puedes mover a otras personas haciéndolas conscientes del pecado, el mal o las injusticia que te han provocado a ti! Como le dijo el Señor a su profeta Isaías: «¡Clama a voz en cuello, no te detengas, alza tu voz como trompeta y anuncia a mi pueblo sus pecados!» (Isaías 58:1)
La Palabra de Dios nos llega a decir: «Los que amáis al Señor, aborreced el mal.» Y: «El temor del Señor es aborrecer el mal, la soberbia, la arrogancia y el mal camino.» (Salmo 97:10; Proverbios 8:13) Si de veras amas y temes al Señor, tienes auténtica convicción y entusiasmo inspirado por Dios, no te quedarás cruzado de brazos sin decir nada ni reaccionarás con pasividad ante grandes males, fechorías e injusticias, sino que darás la cara hablando en contra de esas cosas. ¡Con enojo si es necesario!
Semejante ira justa es saludable y hay que expresarla. El profeta Jeremías, cuando vio la rebelión e iniquidad de su descarriado pueblo, dijo: «¡Estoy lleno de la ira del Señor! ¡No me puedo contener!... ¡Si dijera: 'No me acordaré más de El ni hablaré más en su nombre', su Palabra es en mi corazón como fuego ardiente metido en mis huesos! ¡Estoy cansado de contenerlo, ciertamente no puedo!» (Jeremías 6:11; 20:9) (Ver también «¡Fuego para hablar de Dios!», página 431)
Pero si sabes que tu ira no es sino resultado de que te han ofendido en tus sentimientos o tu orgullo, todavía tienes que hacer algo al respecto si se te ha acumulado en tu interior. Pero como ya te hemos indicado, por lo general es muy imprudente desfogar tal cólera en los demás.
Una solución cuya efectividad muchos han comprobado es canalizar por otro lado la ira. Canalizar la energía acumulada que ha generado la ira, por ejemplo cortando la hierba, trabajando en el jardín, dando un paseo, haciendo ejercicio, lavando el auto, etc., aparta la mente de lo que nos enojó en un principio, dándonos así tiempo para calmarnos, pensar y orar en busca de una solución al problema.
Claro que hay muchos cristianos que sienten remordimiento cuando se enojan, y por eso tratan sencillamente de no pensar en que están enojados y fingen no estarlo. ¡Pero no hacer caso de la ira sería como tomar el cesto de la basura lleno de papeles ardiendo y esconderlo en el armario! Es cierto que el fuego puede terminar apagándose, ¡pero lo más probable es que termine incendiando la casa! ¡La ira acumulada que no se manifiesta es mala para la salud y se ha demostrado clínicamente que produce toda clase de trastornos que van desde las úlceras a la ansiedad y desde los dolores de cabeza a la depresión nerviosa!
¡Así que, si reconoces que te estás enojando de forma irrazonable con alguien, procura confesarlo antes de descontrolarte! Por ejemplo, si la conversación se está poniendo acalorada y te estás poniendo un poco tenso, podrías decirle a la otra persona: ¿Sabes? La conversación está tomando tal cariz que creo que estoy empezando a alterame. No quiero enojare, y sé que tú no quieres que me enoje, de modo que tal vez podríamos detenernos a orar y reiniciar la conversación más tarde, después de que le hayamos pedido al Señor que nos ayude a resolver la situación.» ¡Esa es una manera excelente de reaccionar, confesar tu ira de tal manera que la otra persona sepa que te estás enojando, pero sin hacer que se enoje también! Puedes decirle: «Perdona, me estoy alterando. ¿Qué podemos hacer para arreglarlo? ¿Podrías orar conmigo?»
¡Si ya es tarde y te has enojado con una persona, no dejes que el orgullo te impida pedir perdón! ¡El mal genio mete a la gente en problemas, pero el orgullo la hace que siga teniendo esos problemas! ¡Y si una persona se ha enojado injustificadamente contigo, perdónala!
¡El mejor remedio para un temperamento brusco es una oración pausada! ¡Si te cuesta dominarte, ora pidiéndole a Jesús que te ayude! ¡Hasta puedes pedirles a otras personas que oren en grupo por ti, porque la oración en grupo es muy efectiva! ¡Apréndete de memoria versículos que hablen de la ira y de cómo debemos comportarnos los cristianos unos con otros! Proverbios 16:32 dice: «¡Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, y el que domina su temperamento que el que conquista una ciudad.» ¡Pídele a Jesús hoy mismo que te ayude! ¡El nunca falla! (Ver también «Argumentos contra las discusiones, en la página 537, y «¡Cómo superar los vicios!», en la 727.)
Por supuesto, hay ocasiones en que nos enojamos o alteramos justificadamente con alguien, como por ejemplo cuando nos hace daño adrede y a propósito o se lo hace a otros. Jesús dijo: «Cualquiera que se enoje contra su hermano sin causa, será reo de juicio» (Mateo 5:22, traducción directa de la versión inglesa King James), lo cual demuestra que a veces hay una «causa» o razón para estar enojado, incluso con el propio hermano. Por eso dijo el Señor: «Si tu hermano peca contra ti, repréndele, y si se arrepiente, perdónale.» (Lucas 17:3) Según el diccionario, «reprender» significa «censurar, amonestar».
Pero recuerda que el amor, la humildad y la oración resuelven todos los problemas, y que «en la medida en que perdones a los demás sus pecados, así te perdonará tu Padre celestial los tuyos.» (Mateo 6:14,15) ¡Y «hazles a los demás como quieras que hagan contigo» (Mateo 7:12), porque ésa es la ley divina del Amor! ¡Que Dios te ayude a tener amor y amabilidad y a perdonar, y a no enojarte ni alterarte sino cuando lo haga el Señor en ti! ¿Amén? ¡Que Dios te bendiga!




Oración para hoy:
Mi lugar favorito
Heme aquí, Señor. Quiero estar junto a Ti. Gracias por este plácido lugar donde puedo sentarme y reposar a Tus pies. Me encanta sentarme aquí y aprender de Ti. Me fascina contemplar Tu rostro, tan cariñoso y tierno.
Evoco el pasado y me cuesta imaginarme cómo era cuando no conocía esta estrecha relación que ahora mantengo contigo. No sé cómo lograba pasar los días sin esa intimidad que hoy disfrutamos los dos. Lo curioso es que Tú siempre estuviste a mi lado. Desde siempre pude haber tenido esta relación tan hermosa que disfruto contigo, pero mis afanes me impedían darme cuenta de ello. Ahora, sin embargo, voy a continuar sentándome aquí mismo a Tus pies, mi lugar favorito, mi rincón sereno, en grata y reposada devoción a Ti.
Gracias por el honor de poder sentarme a Tus pies y aprender de Ti, ser partícipe de Tus Palabras, oír nítidamente Tu voz. Me encantan TusPalabras. Las bebo con ansiedad. Me hacen falta Tus aguas refrescantes para apagar Mi sed y lavarme interiormente.




Hugo, con nuestro amigo Luis, a quien asesoramos espiritualmente
y es lector de nuestra Revista Conéctate.



¡Con mucho amor y oraciones!
Hugo y Elizabeth
Ministerio Luz Celestial, San José – Costa Rica
Teléfonos: (506) 88539162

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